Pedro Navarro
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Los vínculos entre dos hermanos y sus parejas sirven a Borja de la Vega para explorar, en ‘Mía y Moi’, las relaciones familiares y amorosas, así como las huellas emocionales que dejan

Mía y Moi | StyleFeelFree
Imagen de la película Mía y Moi | StyleFeelFree

Cuando veo una película con idea de escribir luego sobre ella lo hago con una libreta y un boli al lado. Así, al poco de que comenzase Mía y Moi anoté: “se nota que nace de lo personal”. De hecho, no sería extraño que surgiese de esta forma. Son muchos los autores que para crear su ópera prima se nutren de lo autobiográfico. Sin embargo, no es el caso. Que el director Borja de la Vega, haya sido capaz de transmitir esta sensación en su primera película es, cuanto menos, encomiable. Además, esto se ve reforzado por la cercanía que transmite al rodar con cámara en mano y gracias al diseño sonoro, que coloca en primer plano todo el ambiente. Es como si estuviésemos allí. Huele a verano, pero no al de las vacaciones de los personajes disfrutones de Luca Guadagnino, sino al de los colores pastel de Sofía Coppola.

Mía y Moi, que lleva por título el nombre de sus protagonistas, es una película pequeña, de tono intimista y cargada de naturalismo. En ella, dos hermanos, tratando de recuperarse de la reciente muerte de su madre, se juntan en la vieja casa familiar. Una casa perdida en el campo, en el medio de la nada. Pero no están solos, les acompaña Biel, el novio de Moi. Por consiguiente, en un principio la cinta explora las relaciones y dinámicas que se generan en este triángulo. Una forma geométrica que se ve forzada al cambio con la llegada de un cuarto individuo, Mikel, el exnovio de Mía. Su presencia amenaza con desestabilizar el aparente balance que habían conseguido.

“Se apellidan problemas y, de segundo, traumas”, bromea Mikel sobre los dos hermanos. Una broma que acierta de lleno. Y es que la cinta, más allá de aproximarse a las relaciones entre estos cuatro individuos, lo que realmente aborda es el tema de la familia y la herencia que nos dejan. No la herencia material, sino la sentimental. Así, esa casa aislada y destartalada que habitan se convierte en una potente metáfora de la huella emocional que han dejado los padres de Mía y Moi en ellos. Donde más acierta de la Vega es en la forma de explorar este pasado traumático, que se va entreviendo a partir de silencios y situaciones cotidianas. No hay revelaciones dramáticas, solo insinuaciones. ¿Acaso es necesario más, cuando colocas en el centro a dos hermanos?