Adrián Lavandera

Lo intelectual y lo bello se define una vez más en Fernando Trueba con ‘El olvido que seremos’ , una película de estética y muy buenos sentimientos

El olvido que seremos | StyleFeelFree
Imagen de la película El olvido que seremos | StyleFeelFree

Érase una vez un hombre tan bueno, tan bueno, que de bueno ¿tonto? No, tonto no. ¿Malo? No, malo tampoco. Entonces… ¿quizás, vanidoso? Fernando Trueba adapta la novela de Faciolince ‘El olvido que seremos’, basada en la propia experiencia vital del autor colombiano. Una oda al amor paterno, a su país y sobre todo, a la infancia vivida y feliz del pasado, en la que algunos residen todavía. Narrada muy sutilmente bajo líneas de guion de David Trueba, la película nos cuenta la historia de Héctor Abad. Un hombre que ejerce su labor de doctor virólogo y profesor de universidad, hasta que finalmente, se convierte en mártir. Con él, vamos visionando las vivencias de una familia muy asentada en el Medellín de los setenta y ochenta, así como a un padre que no solo es buena figura paterna, buen marido y profesional, sino que quizás se proclama ‘demasiado’ libre.

En la línea del cine de Trueba, asistimos con ‘El olvido que seremos’ a una historia en la que belleza, arte y estética del 68 están siempre presentes. Envuelta en un colorido cromático muy agradable y unos paseos de cámara muy trabajados, a la película no se le tiene que exigir nada más. Está bien construida. Es bella. Tiene actorazos como Javier Cámara, Patricia Tamayo o Daniela Abad. No hay nada que decir respecto a ella en términos profesionales. Todo es maravilloso y literario, tal y como el cine de Trueba exige siempre. Sin embargo, existe un componente esencial en la historia, que nos obliga a no sentirnos del todo conformes. Algo que petardea y no cuaja del todo, al menos, cuando la historia está ya avanzada, y cuando entendemos que ‘ello’ no va a ocurrir. Tiene que ver con el doctor, y con la psicología planteada en su personaje.

De primeras, nos introducen al Doctor a través de su homenaje de jubilación. Un tumulto de universitarios intelectuales y muy ennoblecidos en el acto, nos hablan de lo grande que ha sido su profesor y de los logros que ha conseguido a lo largo de su carrera. Además, a él le dejan en una esquina, y nos lo muestran después, de lejos, haciendo una broma con su hijo. En la siguiente escena le volvemos a ver junto a una eminencia de la sociedad, y en la siguiente hablando de sus ideales y derechos como ciudadano. Sin duda, con tal presentación del personaje, entendemos que vamos a tratar con alguien que es muy importante, alguien que es idealista, e incluso alguien que lucha y no se somete ante nada.

Pues bien, no hay más. Ese es todo el personaje. Un hombre de familia bueno, un doctor que casualmente trata los virus y defiende la vacunación, y un ciudadano de ideales incorruptibles. No se encuentra más en el Doctor Héctor Abad. Ni miedos, ni una explotación de su vanidad (porque hay, y mucha), ni un personaje que le diga que es un hipócrita… La película cuenta la historia de alguien increíble, una persona tremendamente humana, sin pecados, sin miedos, sin fallos. Y lo único que nos deja para el final es una muerte con la que debemos llorar porque, y bien lo dice su mujer, ‘no es justo que asesinen a alguien tan bueno’.
 

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