Rosana G. Alonso
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Bajo el paraguas de un nuevo cine judicial que sirve de mecanismo para analizar las dinámicas sociales ‘Anatomía de una caída’, la brillante Palma de Oro de Cannes, mantiene el equilibrio idóneo que la encumbra como una de las películas más estimulantes del año

Anatomía de una caída  | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Anatomía de una caída | StyleFeelFree. SFF magazine

De la sección oficial del pasado Cannes Anatomía de una caída no prometía ser la película que resultó ser. Los anteriores irregulares trabajos de Justine Triet no hacían presuponer que su nuevo proyecto, con un guion escrito junto a Arthur Harari —su pareja sentimental— fuese a ser un prodigio no solo en la escritura, sino en una composición fílmica que, sin arriesgar demasiado, resulta perfecta. Es interesante la química que se establece aquí entre Triet y Arari en un guion en el que se puede ver el pulso de dos mentes que logran un maridaje en el que los opuestos se encuentran y alcanzan un entendimiento. Es algo que hasta ahora habíamos visto en algunos implacables dúos como el que conforman, por poner un ejemplo, Nuri Bilge Ceylan con su esposa Ebru o Rodrigo Sorogoyen con Isabel Peña. Precisamente, en ese lugar en común es donde lo inextricable de la experiencia se hace legible, tangible, visible y audible. A más de algún autor ensimismado en su propia autoría —y ego— le vendría bien, de hecho, compartir ideas y explorar nuevos horizontes que conformen una perspectiva de unos tiempos tendentes al equilibrio en los roles y las miradas que los hacen efectivos.

Y, no obstante, en el último trabajo de Triet no deja de ser curioso el resultado porque con Harari, la cineasta francesa ya había compartido la escritura de El reflejo de Sibyl, un filme con el que, como en este, mantenía la predilección por el estudio psicológico de unos personajes apasionados por la escritura. Pero, en cambio, lo predecible de aquel no dejaba ver el germen que presagiaba este. Ello me lleva a pensar que, como críticos de cine, tenemos la responsabilidad de no presuponer nada. Anatomía de una caída resultó ser la Palma de Oro de Cannes pero, con el surtido de películas que ofrecía el certamen, entonces, no la tuve en consideración como para dedicarle el tiempo que requiere un visionado en sala. Y para sorpresa de muchos, entre los que me incluyo, no es que fuese, únicamente, la obra que puso de acuerdo a un jurado internacional presidido por Ruben Östlund sino que, de hecho, es un trabajo de factura impecable y poderoso en sus pretendidas divergencias morales y psíquicas. Hay que reconocer también el peso en ese jurado de Julia Ducournau que, en la gala final, lucía pletórica. El cine francés realizado por mujeres volvía a ondear la bandera de la libertad y la igualdad. La primera mujer francesa en hacerlo, en Cannes, fue precisamente Ducournau.

El preludio de Anatomía de una caída, antes de los créditos que anuncian el filme ya es magistral. Como espectador te prepara para un duelo de personajes, situaciones y desenlaces quizás inesperados si atendemos a lo que explícitamente demanda lo social. Con la versión instrumental, interpretada por Bacao Rhythm & Steel Band, de P.I.M.P del rapero 50 Cent, cubriendo los diálogos, rallando cualquier concurrencia satisfactoria hasta que un fatal suceso acaba por ensombrecer aún más la posibilidad de diálogo, el título bien podría haber sido Anatomía de una pareja. Bajo el paraguas de un thriller judicial que presenta a una escritora de éxito cuya reputación es cuestionada cuando su pareja sentimental aparece muerta en la nieve, lo que hacen Triet y Arari, como guionistas, es un brillante análisis de la pareja y, de paso, otro que relaciona a la obra con su creador. Espléndido desde su puesta en marcha de toda una maquinaria intelectual para diseccionar los condicionantes que frustran la felicidad en el núcleo de las relaciones heteronormativas.

Lo significativo de Anatomía de una caída no es, por otra parte, su soberbia observación de los procesos comunicativos en el núcleo más íntimo y familiar, sino cómo estos trascienden y son cuestionados en el público. La cinta podría haberse quedado en un estudio superficial de la pareja, pero en cambio persigue comprender sus flujos cuando son puestos en evidencia por el juicio social y moral. En esta circunstancia es sorprendente como, inevitablemente, la sombra de la femme fatal permea todo el metraje. ¿Qué indicios hacen sospechar que la mujer haya matado a su pareja? Técnicamente todo parece señalarla, pero no es solo eso. Las pruebas más convincentes son morales ya que la mácula de la monstruosidad asociada a todo lo femenino es más difícil de limpiar que la sangre. A pesar de ello, Justine Triet es honesta con el espectador en todo momento. La construcción del personaje de Sandra Voyter, interpretado por una convincente y naturalizada Sandra Hüller, es cristalino, no parece ocultar nada. Y, aun así, la película construye todo un entramado complejo de relaciones y pruebas que buscan encontrar una verdad que mantiene en vilo al espectador en todo momento.

Si bien la escritura es fascinante, no hubiese trascendido mucho si no fuera porque el armazón que la acompaña es idóneo para su lectura. En este insólito crisol de verdades a medias que avanzan sin dejar tregua, el juicioso montaje, a cargo de Laurent Sénéchal, pone el énfasis necesario para que la trama avance sin demasiado esfuerzo. Asimismo, Simon Beaufils, como director de fotografía, vuelve las tornas, en un momento determinado, para adaptarse al nuevo escenario delimitado por el juzgado. Siguiendo las pautas que lleva haciendo un nuevo cine judicial que cuestiona más allá de lo esperado, como en El tercer asesinato de Kore-eda, Anatomía de una caída resulta relevante para reflexionar sobre las dinámicas de género. En este sentido, parece casi inevitable trazar ciertos paralelismos con Saint Omer de Alice Diop o La chica del brazalete de Stéphane Demoustier, aunque este último conseguía lo contrario que procura Triet. Tras un cine que pone de relieve a personajes femeninos cautivadores, muchas veces el prejuicio no puede evitar quedar en evidencia. Si por algo es radiante Anatomía de una caída es porque su fisiología va más allá de lo aparente. Y la asombrosa pericia de Sandra Hüller es determinante en ese proceso que busca evidenciar la apariencia sometiéndola a juicio.
 

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