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Más envoltorio que otra cosa, la última película de Jessica Hausner, ‘Club Zero’, pierde la ocasión de profundizar en el poco y mal explorado tema de los trastornos alimentarios y su dimensión psicológica
Si miramos el envoltorio de Club Zero, la nueva película de Jessica Hausner presentada en Cannes, todo es perfecto. En lo que presenciamos como un colegio con tintes distópicos, que rememoran al mejor Yorgos Lanthimos de Canino o Langosta, la realidad se sobredimensiona. A ello también contribuye el magnífico dispositivo artístico, muy bien armonizado entre sí, que ayuda a que la cinta sea una de las, estéticamente, mejor formuladas de la austriaca. El vestuario impecable de rabiosas tonalidades y cortes austeros inspirados en los scouting, el diseño de producción que transforma la realidad en una fábula perversa, o la música que se manifiesta como un toque de atención disciplinario marcando el paso a ritmo de desafiante marcha, no deja lugar a dudas. Hausner sigue siendo una de las cineastas que mejor sabe conjugar los elementos artísticos para que estos adquieran una dimensión narrativa que aspira a explicar lo que el guion no alcanza a hacer.
Al principio de este metraje la cineasta avisa al espectador del contenido sensible de la cinta. Ambientada en un internado inglés plantea, sin profundizar, un tema complejo, el de los trastornos alimentarios, que pocas veces se ha abordado en el cine y ninguna con la profundidad que requiere. Lo hizo recientemente Sebastián Lelio en The Wonder, pero desviándose notablemente del problema enfatizado para apoyar el drama histórico. Lo que ocurre aquí es algo distinto porque se usa para acercarse a distintas problemáticas que se pierden en un guion que se percibe al servicio de lo estético. Bordeando asuntos tan relevantes como la falta de compromiso de los padres en la educación de unos hijos manipulados por quienes están al cargo de las instituciones, el excesivo consumo o la percepción equivocada de la propia imagen, Club Zero se precipita hacia la nada.
Con todo, y sin lograr satirizar, al menos, sobre estos motivos que están en la raíz del proyecto, la baza más fuerte que cuenta la película es el papel que interpreta Mia Wasikowska como Sra Novak. Ella es una maestra de férrea actitud que sabe engatusar a su pequeño alumnado, un grupo de jóvenes demasiado susceptibles como para no caer en sus trampas. No obstante, tampoco es maquiavélica como tal y, en un cruce entre la comedia y el drama, comprendemos que pudiera ser víctima también de aquello que predica. Aun así, contradictoriamente, no hay rastro de ello en su cuerpo tonificado y saludable. Son demasiadas incoherencias en un filme que apuntaba alto y con interesantes planteamientos sin enfoque. Una lástima porque el germen de todo prometía ahondar en problemáticas sociales de grandes dimensiones, todavía por explorar. El envoltorio no es suficiente ni justifica la ausencia de proyección.