D. Díaz

Con un guion que sintetiza las experiencias que más han marcado su trayectoria, Spielberg revisita en ‘Los Fabelman’ sus primeros pasos en el cine, estrechamente vinculados a su familia, a la que rinde un glorioso homenaje

Los Fabelman | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Los Fabelman | StyleFeelFree. SFF magazine

Volver tras nuestras huellas buscando los motivos que pautan el sendero que uno elige exige un trabajo de introspección. La vocación está impulsada por una gasolina de naturaleza anómala, similar a la que puebla nuestros sueños. Mientras que unos se mueven por dinero, otros lo hacen por pasión. En el caso de Steven Spielberg, parece que la suya siempre ha emanado directamente del corazón. Así lo declara en Los Fabelman, la cual podría haberse llamado Los Spielberg. Ciñéndose a sus aspectos formales, la obra se fundamenta sobre un guion que sintetiza los momentos más trascendentales de la infancia del director. Tanto es así que, durante el rodaje, Steven se olvidaba de decir «corten», presa de la fascinación que supuso visualizar el pasado ante sus ojos. Para él, su familia siempre ha estado estrechamente relacionada con su vocación.

Todo comienza a principios de la década de los cincuenta, cuando los padres de Sam Fabelman llevan a su hijo al cine. Durante esta época, abundaban en cartelera películas de estilo grandilocuente, visualmente espectaculares. Algunas de estas son Los diez mandamientos, Ben-Hur, Ultimátum a la tierra, La historia más grande jamás contada o El mayor espectáculo del mundo. Esta última fue, precisamente, la que Spielberg vio con sus padres una noche de 1952. A partir de entonces, tal y como sucedía en la película de Cecil B. DeMille, el joven empezó a estrellar sus trenes de juguete para grabarlo con la cámara de su padre. Ya desde pequeño, su madre alentó sus inquietudes cinematográficas, mientras que su padre intentaba encasillarlas bajo la etiqueta de «hobbie». Después de varios años, mientras edita las imágenes de una acampada familiar, Sam se topa con una realidad hasta ahora invisible a sus ojos.

Como consecuencia de este contratiempo, su familia, unida hasta el momento, comienza a resquebrajarse. El descubrimiento de Sam, que supone el primer punto de giro, constituye un episodio decisivo en la vida del joven. A partir de este evento, su afán por los efectos especiales queda a la sombra de una intención por plasmar su vida en sus obras. De hecho, la idea de la familia desestructurada ya está muy presente en E.T. Al mismo tiempo, Hollywood estaba empezando a suplantar el modelo de película espectáculo por tramas de a pie, con conflictos universales. Para Sam, de alguna manera, su pasión por el cine propició la separación de sus padres. Sin existir malicia alguna en esto, perseguir los sueños implica sacrificios. Es evidente que Los Fabelman es una película de las que hace falta una vida para rodar. No por tiempo de metraje, sino por la profundidad de su trasfondo.
 

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