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Plagada de arquetipos ancestrales ‘Men’, la tercera película de Alex Garland, ofrece una experiencia sensorial que se sumerge en el terror atávico para explorar la masculinidad

Men | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Men | StyleFeelFree. SFF magazine

Un paraje verde y frondoso, donde la naturaleza consume todos los alrededores plagándolos de vida. La campiña británica se convierte en el centro de la tercera película de Alex Garland, que separándose del género de la ciencia ficción se adentra en el terror atávico con Men. Entre arquetipos paganos y cristianos, la primera semilla se planta cuando la protagonista, Harper, llega a su hogar vacacional. Custodiada por Geoffrey, el dueño, la mujer toma una de las manzanas que se encuentran en el jardín exterior. Tan pronto como le da el primer bocado, el hombre hace una broma gélida relacionada con la fruta prohibida. A partir de ese momento, la estancia que pretendía ayudarla a superar una tragedia reciente, se convierte en el centro de sus pesadillas.

La masculinidad toma diferentes papeles bajo un mismo rostro a la vez que la recién llegada trata de acomodarse y escapar de su mente. Los recuerdos la persiguen en un bucle constante de flashbacks tan atemorizantes como humanos. Completando poco a poco la causa de su shock, el principio de la película se pasa prácticamente prescindiendo del diálogo. En su ausencia, los sonidos del espacio y la tierra se convierten en el centro sensorial. El paisaje verde que la rodea genera un halo mágico y pacífico, dónde la chica se sumerge en un túnel creando una canción con su eco. Este tipo de experiencias sensoriales plagan la película, de manera que se subvierte el terror llegando a la esencia del ser humano. Los sentidos se agudizan mientras que, poco a poco, los símbolos relacionados con el género y sobre todo, el sexo, van tomando presencia en él.

Primero la manzana, después los túneles y por último, el Hombre Verde. Desnudo y camuflado con la naturaleza, comienza a acosar a la protagonista desde la distancia, acechándola como si fuera una presa. Cada vez más cerca y más agresiva su presencia, consigue reducir a la turista en su propia casa, pero no siempre bajo el mismo aspecto. El pueblo está plagado de hombres con el mismo rostro del Hombre Verde, que simboliza la esencia de la masculinidad. Así, su desarrollo y evolución se personifica en diferentes personajes como bien puede ser el casero, el cura o el niño. Y es que, al final, todos comparten el mismo objetivo que es castigar a Hanna por su sexo.

La feminidad parece reducirse a la imagen de la vulva bajo el icono de Sheela-Na-Gig, un arquetipo utilizado en la antigüedad para castigar la lujuria. De tal manera, la protagonista parece estar pasando continuamente pruebas para probar frente a todo el pueblo qué tipo de mujer es. Su estado actual la polariza entre una mujer sola e indefensa o una mujer fuerte e independiente. Y esa segunda opción es la que parece aterrar a todos los hombres de la película. Sin embargo, esta es sólo una lectura de las tantas que se podrían hacer, gracias a la cantidad de capas y subtexto en el que se apoya el metraje. Lo único que permanece invariable es el terror, cuyo origen está esta vez en una masculinidad frágil y tóxica.
 

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