Rosana G. Alonso
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Adaptación del libro de Emmanuèle Bernheim, ‘Todo ha ido bien’ evita lo melodramático de una historia, en torno a la eutanasia, que François Ozon acomoda a su estilo

Todo ha ido bien | StyleFeelFree
Imagen de la película Todo ha ido bien | StyleFeelFree

En España el debate de la eutanasia ha quedado cerrado con la aprobación de la Ley Orgánica que la regula desde junio de 2021. Pero en el cine sigue siendo un tema candente, como lo muestra Bille August en la angustiosa Corazón silencioso. Hay que tener en cuenta que son muchos los Estados que no contemplan este derecho. Tomando distancia, y enfatizando una ironía socarrona que encabeza el personaje que interpreta André Dussollier, François Ozon sigue los modos de Gracias a Dios en Todo ha ido bien, la última de sus películas que llega a las salas de cine. En ambas recurre a una historia de mucho trasfondo social que trata temas que todavía siguen siendo incómodos de afrontar. En un caso, la pederastia de la iglesia. Ahora, la muerte asistida por voluntad propia, para poner fin a una vida que no contempla la posibilidad de ser vivida con dignidad.

Partiendo de la adaptación de la novela homónima de Emmanuèle Bernheim, colaboradora de las películas de Ozon desde Bajo la arena, Todo ha ido bien es, además, una forma de recordar a la autora que falleció el pasado 2019. Su libro, por quien estuvo interesado Alain Cavalier, quien realizó un documental de su experiencia hasta la repentina muerte de Bernheim, narra la experiencia del padre de la autora. Un hombre que, tras sufrir un accidente cardiovascular, decide poner fin a su vida antes de que la enfermedad le impida tomar conciencia de su estado. De ahí la lucha contra el tiempo para arreglarlo todo, burlando a las autoridades francesas. El objetivo que tienen los personajes principales es poder llegar a una clínica suiza, para poder llevar a cabo una eutanasia.

La adaptación del guion, que realiza el propio Ozon, podría convertirse en algo difícilmente asumible para el espectador porque no permite muchos cambios de escenario. Estamos ante un hombre postrado en la cama de un hospital, que no soporta verse así y anhela su final. El drama está latente. Pero el realizador de Frantz ha encontrado el modo de llevar a su terreno la historia recurriendo a las estrategias narrativas que le caracterizan. Más sarcástico, impetuoso e incisivo, el francés firma una obra que no pretende darnos una lección moral o sumirnos en el dolor ajeno. Por el contrario, hace un ejercicio de austeridad que no impide el humor. Acostumbrado a buscar subterfugios para la acción y los personajes acierta en el tono y el modo. Quizás a costa de reinterpretar unos hechos que vuelve a su favor. Pero se agradece, porque es como consigue encaminar la historia que cuenta.

Más allá del dolor que anticipa el relato se percibe mucha sabiduría y grandes dosis de humor. En esto tiene mucho que ver André Dussollier que desempeña un papel magistral interpretando al padre de Emmanuèle Bernheim. Irónico, e incluso cruel, en alguna situación, salpimienta una historia que enfoca, con sutileza, su posición política en una escena. En esta, Dussollier se queja ante Sophie Marceau, que interpreta a su hija, del elevado precio que supone la muerte asistida. Él le espeta un “¿qué hacen los pobres?”. A lo que su hija le responde con un “pues se quedan esperando la muerte”. Esto puede tener muchas interpretaciones. Pero deja claro que los derechos no puede ser una cuestión de clase. Ozon, siempre, tan sagazmente lacónico para expresar situaciones complejas. Es lo que lo convierte, película tras película, en un cineasta del presente que sabe manejar con acierto la chocante realidad que enfrentamos.
 

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