Rosana G. Alonso
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Cerrando un tríptico sobre el trabajo Stéphane Brizé cambia el enfoque en ‘Un nuevo mundo’ para hablar de la posibilidad individual de combatir los sistemas

Un nuevo mundo | StyleFeelFree
Imagen de la película Un nuevo mundo | StyleFeelFree

Todas las crisis, por dolorosas que sean, abren un camino para que podamos cuestionarnos y cambiar nuestra forma de mirar. Al cambiar la perspectiva emerge, de la crisis, una oportunidad de volver a empezar. Cuando todo parecía derrumbarse, con la pandemia de la COVID-19, muchos intelectuales hablaron de posibilidad de modificar el rumbo de las cosas. Pero el conflicto irrumpe porque los hábitos vinculados al hiperconsumo que ha desatado la globalización neoliberal amparada por la digitalización actúan como un muro invisible que impide el verdadero cambio social. Aquel que nos sitúe como iguales y no como rivales que hacen peligrar un estatus que nos permite tener más opulencia. Aquel que facilite el intercambio en el que no medie el capital, devolviéndonos la humanidad anulada por un sistema perverso. Pero el sistema nunca es el problema cuando, precisamente, nuestro estatus es bueno y alimenta, momentáneamente, las carencias creadas por el mismo.

A pesar de que los sistemas son difícilmente mutables sin conflicto social que impulse el verdadero cambio, el individuo sí experimenta alguna crisis que hacen posible la transformación. Generalmente ante las dos grandes cuestiones universales: las relaciones interpersonales y el trabajo. Concretamente sobre el trabajo lleva un tiempo reflexionando el cineasta francés Stéphane Brizé. Su última película, Un nuevo mundo, cierra una trilogía que expone tres circunstancias claves de cómo la destrucción de puestos laborales afecta a las personas. Pero si en su anterior proyecto, La ley del mercado, Brizé reflejaba la vida cotidiana de trabajadores ignorados, ahora narra la historia de una empresa justo antes de un ERE. Con tácticas cinematográficas muy distintas, lo que conservan en común es que nuevamente Vincent Lindon vuelve a tener el papel principal. Un actor que está atravesando su mejor momento profesional tras su interpretación estelar en Titane de Julia Ducournau.

Un nuevo mundo es el broche de oro a un trabajo que ahora evita lo documental para narrar desde una ficción que, curiosamente, nos devuelve un enfoque incluso más humanista. Para ello, la cámara ya no resulta tan azarosa como en las dos cintas anteriores, sino que busca capturar situaciones de una forma mucha más subjetiva. Esta técnica que se recrea recurriendo a muchos ángulos que no evitan los cortes de salto, nos muestra al protagonista encerrado, aislado. Sin posibilidad de escape ante situaciones que parecen cerrarle el paso a su intervención, tiene que reinventarse. Incluso, modificando su sistema de valores. Porque cuando los problemas le llegan por todas partes, su vulnerabilidad aflora. Se destapa como un hombre perdido ante lo inevitable. Lo inevitable es que las pautas morales que hasta ese momento le servían para ubicarse ya no le sirven. Es entonces cuando lo nuevo emerge ante sus ojos.
 

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