Rosana G. Alonso
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Abordando la verdad a través de la ficción, ‘Drive My Car’ de Ryûsuke Hamaguchi es una de las mejores adaptaciones literarias que ha dado el cine

Drive My Car | StyleFeelFree
Imagen de la película Drive My Car | StyleFeelFree

Aunque lleva ya una considerable trayectoria, no cabe duda de que Ryûsuke Hamaguchi se encuentra en el mejor momento. Con dos películas que se han estrenado casi de forma simultánea —La ruleta de la fortuna y la fantasía ; y ahora, Drive My Car— ha sido el director asiático más aclamado en festivales durante el 2021. Después de su estelar paso por Cannes, Chicago o San Sebastián, Drive My Car es, por derecho, una de las películas más imprescindibles estrenadas internacionalmente el año pasado. Por razones de peso. Pocas adaptaciones literarias han sabido exprimir la narración generando texturas fílmicas tan descriptivas y atmosféricas. El ritmo parsimonioso y casi ceremonial aquí se convierte en un paisaje, en un estado de ánimo, en un presentimiento. Y por otra parte, hay que hablar de cómo esas texturas trascienden lo meramente estético y sensorial para escribir un nuevo relato. Uno, que surge de lo íntimo.

Igual que lo hiciera Lee Chang-dong con Burning, Hamaguchi también toma como punto de partida una obra corta de Haruki Murakami. En ambos casos han conseguido captar la esencia del novelista japonés capturando sensaciones que en el libro solo se pueden imaginar. En este caso, la historia tiene como personaje principal a Yusuke Kafuku que interpreta Hidetoshi Nishijima, el actor de la reciente El teléfono del viento. Un hombre carcomido por su pasado cuando le invitan a dirigir un festival de teatro en Hiroshima. Allí entrará en contacto con Misaki, una joven a la que la comitiva del festival asignará como su chófer. Será, posiblemente, a través de ella que pueda sacar a la superficie aquello a lo que más miedo le da enfrentarse, a sí mismo.

Si bien el título puede llevar a confusión, Drive My Car no es una película sobre coches sino que estos sirven de herramienta que facilita la comunicación y la reflexión. Las interacciones entre Kafuku y Misaki tienen lugar, precisamente, en el interior de un Saab. Hamaguchi considera que los desplazamientos constantes dan la ocasión de estar en un no-lugar. Un espacio abstracto en el que pueden revelarse intimidades, ya que en cierto modo, se escapan de los entramados familiares que pueden perturbarnos. Libres de nuestro yo más comprometido y ante un desconocido, tenemos la posibilidad de redimirnos. Así, la intimidad que se establece entre dos personas que aparentemente no tienen nada en común, estalla invitando a la revelación instantánea que puede curar. Verbalizando los temores ocultos e inconfesables y sacando a la superficie las zonas erróneas que todos, en mayor o menor medida, soportamos.

Pero si hay un aspecto interesante en la película del autor de Happy Hour es su modo de abordar la verdad a través de la ficción. El ejercicio en sí no es metafílmico, pero sí se puede entender como una ocasión para valorar el trabajo artístico como una oportunidad para psicoanalizarnos. Estamos ante una película que se sirve de sus propias estrategias fílmicas para crear un ente abstracto que más allá del relato erige una vida propia. Hasta tal punto, que permea en el espectador otorgándole la posibilidad de hurgar también en sus vidas paralelas. Solo así podrá empatizar con unos personajes que han dejado de ser héroes o antihéroes para ser simplemente humanos. Seres atravesados por el dolor que viajan de un lado para otro esperando que alguien pueda ahuyentar la sombra que les persigue.
 

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