Rosana G. Alonso
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A los nuevos modos que presenta el terror contemporáneo se une Paco Plaza que, junto a Carlos Vermut, diseña para ‘La abuela’ un espectacular ejercicio de estilo que no trasciende lo suficiente

La abuela | StyleFeelFree
Imagen de la película La abuela | StyleFeelFree

En muy poco tiempo el cine de terror y fantástico ha cambiado su estatus. Ya no solo persigue el susto o el golpe de efecto, sino que pretende entrar en dialécticas existenciales. El propio género es muy dado a encontrar subterfugios que amplíen la dimensión del relato. Algo que han sabido aprovechar muy bien cineastas como Julia Ducournau, Lucile Hadzihalilovic o Rose Glass entrando en conflictos identitarios. Precisamente Ducournau fue la inesperada Palma de Oro en el último festival de Cannes. Inesperada porque los festivales que están en primera línea, hasta ahora, no eran muy dados ni tan siquiera a aceptar películas de género. Los tiempos están cambiando porque las etiquetas están ampliando su alcance. Las dinámicas más contemporáneas yuxtaponen géneros y recursos para avivar un cine que puede ser entretenido y profundo al mismo tiempo. Que puede ser performance que busca la verdad, sin recurrir a trucos de veracidad.

Con La abuela da la sensación de que Paco Plaza quería ampliar su radio de acción siendo fiel a su estilo, pero matizándolo. El guion de Carlos Vermut ha sido el detonante de este cambio. Juntos firman una pieza que no busca el susto ni el horror gratuito. De haberlo hecho así, la cinta podría resultar en un festín de sucesos que estimularan descargas de adrenalina. Por el contrario, es intimista y estilísticamente, ya desde la primera escena, intachable. Pero corre el riesgo de decepcionar a los fans del terror y a los que ahora la etiqueta les mueve, esperando que esta transcienda. No obstante, y aunque se articulan poderosos discursos entorno al paso del tiempo, la erótica en la vejez, las políticas de los cuidados, o la aspiración profesional, no se desarrollan como esperaríamos. Tampoco Almudena Amor ayuda demasiado con sus escasos registros interpretativos.

Solo si hacemos una lectura de La abuela en clave de fábula alcanzamos a situarla donde le corresponde. Como una cinta que busca más que ocupar espacios, habitarlos. Seleccionada para la sección oficial del 69 SSIFF también es la constatación de que el cine de terror, que no tenía un gran bagaje en España, empieza a posicionarse con criterio. El virtuosismo de la puesta en escena se presenta aquí como antesala para una cinematografía a la que le queda mucho camino por delante. Estamos ante la primera señal de un terror que aspira a ser revolucionario, intenso y significativo. Al tándem Plaza-Vermut no le ha salido la jugada tan bien como cabría de esperar. Los dos brillan por separado, pero juntos, no acaban de fusionarse para traer luz a la oscuridad del terror.

Si bien películas como [REC] o Verónica, ambas de Paco Plaza, no estaban tan bien cuidadas como esta, al menos consiguieron su objetivo. Horrorizarnos en un caso; aterrorizarnos, en el otro. A su intento de salir del terror permaneciendo en él le queda mucho trabajo por hacer. Apenas hay suspense en La abuela y no acaba de concretar sus públicos. Como ejercicio de estilo es interesante, pero puede ser también prescindible cuando no acaba de aposentar su estrategia. Ni el ímpetu físico que transmite la desnudez de Vera Valdez sube la intensidad. A pesar de ello, tiene momentos exaltados y amenizados por un tema, Reloj no marques las horas, que conduce toda la trama. Su letra condensa toda la idea de un guion al que le faltan tácticas.
 

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