Pedro Navarro
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Basada en una historia real, ‘El espía inglés’, de Dominic Cooke, retrata la particular relación de amistad entre un informante soviético y un británico en plena Guerra Fría

El espía inglés | StyleFeelFree
Imagen de la película El espía inglés | StyleFeelFree

La Guerra Fría fue un periodo de 40 años de miedo con varios episodios de terror. Uno de ellos, el más tenso, fue la crisis de los misiles de Cuba. En 1959, tras el triunfo de la Revolución, la isla del Caribe emprende una serie de reformas socialistas. Estados Unidos, temeroso ante una posible expansión del comunismo por América Latina, trata de invadirles varias veces. Siempre fallan, pero no por ello dejan de representar un gran riesgo. Por eso, Cuba busca apoyo en la Unión Soviética, que propone instalar allí misiles nucleares. Aunque intentan hacerlo en secreto, los servicios de inteligencia norteamericanos detectan la operación. Comienza el conflicto. El nombre de los líderes implicados, Kennedy, Kruschev y Castro, es de sobra conocido. Sin embargo, fue la acción individual de otras personas anónimas la que evitó la guerra nuclear. El espía inglés, de Dominic Cooke, rescata una de estas historias.

Hasta 1960, Greville Wynne no era más que un pequeño comerciante inglés que hacía negocios con países del bloque comunista. Su perfil bajo fue, justamente, lo que llamó la atención del MI6, el servicio de inteligencia británico. Así, junto con la CIA, lo reclutan como nexo de unión con Oleg Penkovsky, un agente doble ruso. Poco a poco, los viajes a Moscú derivan en cenas y visitas al teatro. Luego, la invitación es a la inversa y el soviético va a Londres. Del Bolshói al West End. El espionaje consiste más en esperar que en actuar. Crear y mantener la tapadera es fundamental. Y es en estos momentos muertos donde se va fraguando una amistad entre los dos informantes.

Basándose en hechos reales y bebiendo del drama histórico de espionaje al estilo El puente de los espías, Cooke consigue alejarse del género. El corazón de la película está en la relación de sus protagonistas y en la bella amistad que surge entre ellos. Dos hombres de procedencias muy distintas que, en medio de la mayor crisis nuclear de la época, logran conectar por las cosas más banales. Además, de forma paralela van surgiendo los problemas familiares fruto de las sospechas y el secretismo. En este sentido, el uno encuentra en el otro una suerte de aliado y confesor.

En El espía inglés, Cooke consigue crear un relato que atrae por lo cercanos que resultan algunos de sus personajes. Estos, lejos de moverse con ansias de héroe, lo hacen por intenciones muy humanistas y personales, evitando de la grandilocuencia épica del género. Sin dejar de contar con algunas de las esperadas persecuciones y momentos de tensión, el drama se articula con un punto cómico muy inglés. Su base está en el diálogo más que en la acción. Un tono que se ve favorecido por el elenco internacional elegido y que lideran Benedict Cumberbatch y Rachel Brosnahan. El primero con una interpretación magnífica, mientras que la otra queda un tanto desaprovechada. Sin embargo, la capacidad actoral de ambos es fundamental en esta historia que nos habla del potencial del individuo para cambiar el mundo.
 

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