Con ‘Maixabel, a concurso en la sección oficial del 69 SSIFF, Icíar Bollaín teje un espectacular triángulo de reconciliación

Maixabel en el SSIFF | StyleFeelFree
Imagen de Maixabel, película de la sección oficial del 69 SSIFF 2021 | StyleFeelFree

Es muy probable que a las generaciones más jóvenes el nombre de Juan María Jaúregui no les suene. También es probable que no conozcan a su viuda, Maixabel Lasa, mujer que inspira la última película de Icíar Bollaín, que ahora se estrena en el SSIFF 2021. Incluso es posible que la lucha armada de ETA les quede muy lejos. Lo mismo le ocurría a mi generación con la Guerra Civil española y la dictadura posterior, un capítulo silenciado cuyas heridas empiezan a supurar ahora, cuando tendrían que estar cicatrizadas. A las víctimas de ETA nunca se les concedió demasiada importancia. Al menos, no fuera de sus entornos y menos aún, hasta que la organización terrorista no abandonó la lucha armada. Es por eso que nos acercamos a Maixabel, sabiendo de antemano la enorme responsabilidad que tiene Bollaín entre sus manos y la carga emocional que contiene la trama.

Maixabel Lasa es una de las víctimas de ETA. Su marido, Juan María Jaúregui, había sido gobernador civil de Guipúzcoa y una figura clave en la investigación del caso Lasa-Zabala. A su asesinato, en el año 2000, le siguió una fuerte conmoción social porque Jaúregui había mostrado un gran compromiso político y social. Fue militante de ETA y del PCE, pero había dejado a Euskadi Ta Askatasuna porque condenaba la lucha armada. Nada de esto sabían sus asesinos. Apenas podían argumentar su ideario y mucho menos justificar sus actos, aunque estaban convencidos de que lo que hacían era algo heroico porque estaban en guerra contra el Estado español. Desde este posicionamiento, lo más sorprendente de Maixabel es como hace partícipes a los espectadores de la transformación que puede llegar a efectuarse en cualquier individuo, cuando sale de su lugar común, teniendo que lidiar con su confortable punto de vista.

Con el telón de fondo de los encuentros restaurativos del 2011 la película deja de ser el retrato de una mujer, Maixabel, para ser un tríptico de la condición humana. El filme, con un espléndido guion a cargo de Isa Campo, junto a Icíar Bollaín, teje un espectacular triángulo de reconciliación entre un elenco actoral soberbio. Blanca Portillo, Luis Tosar y Urko Olazabal mantienen el pulso en unos diálogos que resultan esclarecedores, escribiendo la historia, en sus propios márgenes. Por eso, más allá de ser un documento histórico y de reconciliación, es un ejercicio de sensatez que nos enseña a desconfiar de los criterios de autoridad, de los dogmas y certezas. Y por esta razón, es tan necesaria hoy en día. Hay que ver Maixabel y reflexionarla. Ver, que en un momento determinado, casi cualquiera podría ser el victimario. Porque la ignorancia, siendo ciega, no acepta más que una verdad.

Por otra parte, Iciar Bollaín dirige su película más contenida. La carga emocional está presente pero evita que se desborde. Mantiene los tiempos y opera como una directora de orquesta que dilucida qué conviene, en qué momento. Hay un plano hermosísimo cuando Maixabel pasea por la playa delante de sus guardaespaldas, después de haber hablado con uno de los asesinos de su marido. Describe perfectamente un estado de ánimo desde la distancia. También la distancia es la que le hace mantenerse lúcida para saber engarzar su mejor obra hasta la fecha. Un mosaico de luces y sombras en el que hay lugar para la esperanza. Una ocasión de reescribir una historia conocida, sin necesidad de ir al epicentro de la misma. Lo humano sirve para poner de relieve lo que ahora necesitábamos ver y escuchar. Un relato que pone todo en su sitio, exhibiéndose, además, en el lugar adecuado.