Marta Pascual
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A través de imprudentes veinteañeros, la atrevida Hadas Ben Aroya dibuja un claroscuro retrato sobre el sexo y el amor de la generación millennial en ‘All Eyes Off Me’

All Eyes Off Me | StyleFeelFree
Imagen de la película All Eyes Off Me | StyleFeelFree

La creadora Hadas Ben Aroya pasa de exponer sus sensaciones a ampliar su visión en ‘All Eyes Off Me’ mediante la perspectiva de varios personajes. Uno de ellos es Avishag, una despreocupada chica que cuida a la perra de su vecino mientras sale con Max. Entretanto, él intenta satisfacer las fantasías eróticas de esta a la vez que descubre sus gustos. El relato se adentra en la desinhibición juvenil desde la ensoñación de una generación a la que la cineasta pertenece. La inherente empatía hacia ella otorga verosimilitud a los hechos, una característica singular de la autora. Por otro lado, aporta un interés añadido al confrontarla con el enfoque de un adulto, el primero y único en su escueta filmografía.

All Eyes Off Me deja espacio a otras reacciones dentro de las diferentes relaciones al ser coral, lo cual refuerza la historia. La tridimensionalidad de los protagonistas los hace reales, mostrándolos accesibles en algunas ocasiones y difíciles de descifrar en otras. A pesar de los nuevos matices, la obra depende totalmente de Avishag. Su espontaneidad e inconsecuente personalidad recuerda a la interpretación de Hadas Ben Aroya en su anterior filme. Es representativa de unos veinteañeros contemporáneos descarrilados y estancados, pese a ser conscientes de la carente responsabilidad emocional. Muestran un crecimiento no lineal que desafía los límites corporales, marcados por tabús que rompen osadamente. Por eso, en este largometraje el sexo es más divertido y aventurero que en su antecesor. Su positivismo difiere de la obstinación de la guionista con la invisibilización sentimental. El amor es intermitente, narcisista y digital, pero profundo y doloroso.

La directora perpetua el abrupto estilo de su opera prima Gente que no soy yo con cortes bruscos y planos largos. Recuerda a los inicios de Michel Franco en Después de Lucía, cuyos acontecimientos ocurren sin picos, con una evolución lógica tras un desarrollo pausado. La israelí contrasta con sus chocantes finales y comienzos, su principal huella de identidad a parte de las autobiográficas mujeres que delinea. No obstante, como la película es un álbum de experiencias, resulta menos particular e íntima. Hay tramas con mayor complejidad que otras, abandono que enfría el tono del conjunto. Aun así, se siguen distinguiendo elementos propios en su narrativa que agregan tonalidades innovadoras a la estética naturalista. Integra dinámicas sin perder su esencia gracias a un talento complicado de definir.