Rosana G. Alonso
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Agustí Villaronga con ‘El ventre del mar’ presenta su obra más excelsa y sobresaliente, una oda que mira al mar y recuerda a todos los migrantes que murieron en el Mediterráneo

El ventre del mar | StyleFeelFree
Imagen de la película El ventre del mar | StyleFeelFree

La balsa de la Medusa, inmortalizada por Théodore Gericault y visible en el Museo del Louvre, es una de las pinturas más sobresalientes e impactantes del Romanticismo francés que hoy adquiere una dimensión más poderosamente cruel, por todos los migrantes muertos en el Mediterráneo. Es una obra referencial para muchos artistas que la han interpretado en clave de actualidad como Travis Somerville. Es también el punto de partida de la última película de Agustí Villaronga, El ventre del mar, que firma su trabajo más sobresaliente. Entre lo escénico y lo realista, el cine adquiere otra dimensión que justifica el gesto afectado, lo que perfecciona la narrativa propia del cineasta catalán. Con esta obra parece haber alcanzado un radiante lenguaje en el que encuentra un modo de expresión que sublima sus necesidades. Conectando, por otra parte, con cinematografías como la de Pedro Costa o Lucrecia Martel, en sus modos escénicos de vital alegoría.

El autor de Pa negre se reinventa aquí evitando cualquier énfasis melifluo que pudiéramos ver en su anterior filmografía, y sacando lo mejor de sí mismo en una excelsa correspondencia con creadores de peso como Susy Gómez, a cargo de la dirección artística, o el escultor británico Jason DeCaires Taylor. El ventre del mar es ópera, en sentido figurativo, al mar. Es la escenificación y humanización de la tragedia. Es poesía narrada que busca en la palabra y la confrontación, la comprensión. Y es, sobre todo, un homenaje a los que murieron en el mar esperando alcanzar un sueño. Los guiños con la actualidad, muy bien hilados por el editor Bernat Aragonés que compone una narrativa fílmica integradora, los vemos en las imágenes de archivo del naufragio en el Mediterráneo del barco Bourbon Argos, repleto de migrantes. Estas funcionan como coro de una tragedia griega que se mide con el cine judicial en el que destaca el formidable duelo actoral entre Roger Casamajor y Oskar Kapoya.

Con una soberbia puesta en escena y una plasticidad de la imagen que actúa como representación de una realidad colectiva, El ventre del mar sitúa el cine de Villaronga en otro nivel. Donde habita el peligro la crueldad sale a flote, y lo humano solo puede sobrevivir con piedad. Esta idea se traslada a la pantalla sumergiendo al espectador en las entrañas de un mar todopoderoso y mágico. La mística del misterio que abraza esta película tan poderosa, solo puede descifrarse con una iconografía fastuosa y lírica que tiene la esplendorosa visión iconográfica del nuevo cine gallego de cineastas como Eloy Enciso y Lois Patiño.
 

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