Pedro Navarro
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Albert Serra logra, en ‘La muerte de Luis XIV’, atrapar al espectador en un bucle temporal con aspecto de pintura dieciochesca

La muerte de Luis XIV | StyleFeelFree
Imagen de la película La muerte de Luis XIV | Foto: © Clàudia Robert | StyleFeelFree

Verano de 1715. El monarca francés Luis XIV vuelve de una cacería sufriendo un agudo dolor en la pierna. Veinte días después, a sus 76 años y con más de 70 de reinado, el paradigma de la monarquía absolutista en Europa, el que fue conocido como el Rey Sol, muere en su habitación de Versalles. Esta es la premisa sobre la que se articula la película La muerte de Luis XIV del catalán Albert Serra. Sin embargo, no es el típico filme de época o biográfico: no se recitan frases célebres, ni se enumeran sus grandes logros y victorias. En su lugar, la narración gira alrededor de la decadencia física e inevitable muerte del soberano, al que da vida el muso de la Nouvelle Vague Jean-Pierre Léaud.

Basándose en las memorias de cortesanos de Versalles, Albert Serra había concebido esta obra como una instalación para el Centro Pompidou de París. La idea original era colgar una vitrina del techo y dentro situar a Léaud, que interpretaría durante 15 días la agonía y el deceso del monarca. Sin embargo, la performance nunca llegó a realizarse y el director catalán trasladó el concepto al cine. Con el cambio de dispositivo se sacrificaba parte de este seguimiento temporal, pero el planteamiento espacial pudo mantenerse en cierta medida.

Así, se busca encerrarnos en el espacio. A lo largo de los 115 minutos que dura la cinta rara vez nos movemos de la habitación del Rey Sol. Allí, la cámara se sitúa alrededor de su cama, colocando al monarca que fue el centro del mundo en el centro del cuadro. Además, la escasez de movimientos del elenco, la cámara estática y la iluminación hacen que cada plano nos recuerde a una pintura del siglo XVIII. Asimismo, el espacio fílmico se construye mediante planos muy cerrados, que aíslan a los personajes. Por otra, el diseño sonoro amplía la escena, recreando voces y sonidos provenientes de fuera del cuadro.

Con estas decisiones técnicas el autor de Liberté logra transmitir cercanía. Y es que, al oír en primer plano al monarca masticar o el crepitar de las llamas sobre la cara de los cortesanos, Albert Serra consigue que nos sintamos parte de la escena. Igualmente, en La muerte de Luis XIV el tiempo avanza con una lentitud pesada. Los minutos avanzan y parece que en la cinta no pasa nada. Por no pasar, no pasan ni los días. De esta forma, la película consigue meternos en un bucle temporal en el que ya no se sabe cuánto tiempo transcurre entre un plano y otro. Entre una escena y la siguiente. La muerte del Rey Sol lleva al espectador y a su corte a un limbo temporal que parece no terminar nunca.

Con un previsible desenlace, un ritmo lento y una marcada limitación del espacio, La muerte de Luis XIV mantiene al espectador perplejo y expectante ante el desarrollo de la enfermedad del monarca. El tratamiento del tema y el acercamiento al personaje de Luis XIV y su corte se hace con una mezcla de respeto e intromisión. Serra no ridiculiza ni se burla del protagonista: nos lo muestra como un ser humano más que sufre y padece hasta su inevitable muerte.
 

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