El clásico de John Carpenter, ‘La Cosa’, indaga en las contradicciones de la moral humana cuando la catástrofe está asegurada

La Cosa | StyleFeelFree
Imagen de la película La Cosa (1982) | StyleFeelFree

Una comunidad de científicos descubre un agente infeccioso de origen desconocido que se propaga a gran velocidad y crea un clima de hostilidad y desconfianza. Podría tratarse perfectamente de un resumen rápido del 2020, pero es el argumento del clásico de terror y ciencia ficción La Cosa. Por suerte, la Covid-19 no es un patógeno alienígena que busca apoderarse de los humanos y convierte todo lo que toca en un engendro deforme. El caos comienza cuando MacReady y sus compañeros descubren que han dado con algo que puede hacer peligrar la estabilidad mundial. Por el momento están aislados en la Antártida, pero La Cosa puede haber infectado a alguno de ellos, así que sucede lo inevitable. El pánico vence a la lógica y se desata el sálvese quien pueda.

El filme tuvo una pésima acogida en su estreno en 1982 y la crítica condenó todo su repertorio de escenas grotescas. Las mismas que, junto a sus efectos especiales manuales —cortesía de Rob Bottin— la han hecho pasar a la historia como una pieza de culto. Pero más allá de sus trucos visuales, la película brilla gracias a la habilidad de John Carpenter para equilibrar lo accesible y lo ingenioso. El terror se va edificando conforme avanza la cinta, transmitiendo un profundo desasosiego en los protagonistas hasta desquiciarlos por completo. La intranquilidad que produce lo desconocido acaba de sacar lo peor de todos, y la verdadera amenaza pasa a ser lo familiar.

Es una lección similar a la que se puede extraer de otro filme mítico, La invasión de los ladrones de cuerpos de Don Siegel. Es cierto que la referencia directa de la cinta de Siegel es la caza de brujas anticomunista, pero la atemporalidad de ambas permite comparaciones pertinentes. En este sentido, sendas películas comparten una mirada al sentimiento de paranoia colectiva ante un ente invasor que se camufla entre la multitud. Definitivamente, este año ha demostrado lo delgada que es la línea entre realidad y ficción. Pero, al igual que en La Cosa, todo lo malo llega a su fin. Y a veces lo mejor es sentarse al calor y esperar a que pase el invierno.