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Es necesario descodificar ‘Liberté’, de Albert Serra, para no dejarse llevar por la primera reacción de rechazo o de ensimismamiento
Albert Serra, en su última película, Liberté, vuelve a convocar al pasado. Sus personajes, libertinos expulsados de la corte prusiana de Luis XVI, luchan entre la imposición del cuerpo acostumbrado a rutinas, y el deseo de trascender la propia vida para alcanzar un grado de libertad inalcanzable, solo insinuada con la pulsión de la muerte que sobrepasa lo meramente deleitable. Es evidente que el virtuosismo de la imagen, degradada en su hacer y pretendidamente artificial en su desintegración, busca una reacción de rechazo o de ensimismamiento en el espectador. Se establece así un juego de espejos que retan al que mira convirtiéndolo en voyeur de un mundo paralelo al actual, en su modo de avanzar hacia una decadencia de la moral que desarticula todo el contorno.
Con Liberté Serra lleva al clímax su filmografía, convocando sus fantasías, sus miedos y obsesiones. En este sentido, es difícil pensar que pueda ser más honesto en posteriores artilugios fílmicos, en los que probablemente siga aunando una observación naturalista de los hechos, a una pretendida artificiosidad que explica el devenir de lo que se percibe en la reproducción. A pesar de ello, el catalán se desliga de todo lo que ha hecho hasta ahora, sobrepasando sus propias ideas en torno al cometido del audiovisual, para componer un tríptico en el que convoca a Paul Morrissey y Pier Paolo Pasolini. Es evidente el parentesco de esta cinta con el Flesh de Morrissey y el Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini aunque entre estos filmes y el de Serra disten alrededor de cinco décadas. ¿Percibe el cineasta un momento de inflexión histórico que podría conducirnos a la debacle?
Lo que vemos es una iconografía plástica que reclama a Fragonard y Boucher para que participen en un festín orgiástico. Parodias de las alegorías de la vida y del arte que se resumen en cuerpos desnudos, extasiados o asqueados de vivir que se torturan, se violan y escenifican su voluntad de dominar y subyugar lo vivo, para regocijo o repugnancia del que mira. En cualquiera de las dos posturas, por distantes que se perfilen, se intuye la perversidad de lo social mediando e interviniendo sobre lo que vemos. Hay que aprender a decodificar Liberté para convertirla en un análisis de la naturaleza humana sometida a la dictadura del cuerpo y de la mente.