Rosana G. Alonso
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Si está probado que el tándem que forma Rodrigo Sorogoyen con Isabel Peña es bueno, con ‘Madre’ superan cualquier pronóstico

Madre | StyleFeelFree
Fotograma de Madre | StyleFeelFree

El origen de Madre, el último largometraje de Rodrigo Sorogoyen, una de las figuras más destacadas del nuevo cine español que lleva fragúandose a lo largo de esta década, es el cortometraje homónimo que llegó a la recta final de los Oscars este 2019. Sin embargo, la película que vemos ahora, lejos de satisfacer un previsible avance hacia el thriller, en la búsqueda desesperada del niño al que en el corto se le perdía la pista, Rodrigo Sorogoyen junto a Isabel Peña escriben un guion sorprendente que invita a la reflexión, entrando en el terreno de lo psicológico. No obstante, sin perder una atmósfera de cierto misterio que el madrileño, hasta la fecha, ha imprimido con maestría en todas sus películas.

El tándem que Sorogoyen forma con Peña ha dado memorables guiones. Pero si hasta el momento el protagonismo masculino, con un formidable Antonio de la Torre, desequilibraba un poco la balanza, con Madre se compensa. Marta Nieto no solo está magnífica sino que a través de ella percibimos la destreza de Rodrigo Sorogoyen para husmear a fondo en la psicología humana. Ahí creo que está su gran baza. Independientemente de que sea un autor que se adapta muy bien al ritmo del relato creando pasajes de incertidumbre, aquí se muestra sorprendente indagando en cada personaje para entrar en una esfera social llena de brechas, de prejuicios, de imperfecciones. Un ámbito al que se enfrenta sin esquivar las preguntas, que incluso se arrojan al espectador, muy probablemente, incomodándole en muchos sentidos.

Teniendo en cuenta que la presencia femenina se ha incrementado de forma notable en esta década del #metoo, Sorogoyen ha tenido la valentía de exponer esa presencia a circunstancias reales y particulares, que evidencian la desigualdad social que todavía existe entre géneros, no solo a nivel laboral, sino afectivo. Acostumbrados, muy sobre todo en la cinematografía del siglo XX, a un cine de perturbadoras lolitas, en este relato se da la vuelta al entramado y lo que se ofrece es un triángulo de amor bizarro entre un adolescente y una pareja en la mediana edad. Esto, obviamente, genera un desencuentro con una imagen que incide en una hiperrepresentación que funciona muy bien como prototipo de un social que se debate entre el continuismo de estructuras anquilosadas, y una apertura de mente que contempla un futuro de conciliación.

Es posible que exista un público que se sienta incómodo con el argumento, porque tenga la sensación de que atente contra sus valores tradicionales de las relaciones y la familia. En ese caso, es muy probable que destile la información valiéndose de un filtro que cataliza lo improbable, sin pararse a pensar si lo que entendemos por amor es realmente un sentimiento natural o está forzado por la mecánica de un sistema que busca rentabilizar hasta los afectos. A pesar de que esta pueda ser una lectura válida, quizás lo más interesante de Madre es cómo el corto se va transformando en un dispositivo para la expiación, la catarsis y la verdad en un mundo que se ajusta a un retrato de la realidad desajustado desde la base. Desde esta perspectiva, Madre confirma a Sorogoyen como un realizador que no teme experimentar con la verdad, sabiendo encauzarla por medio de lentes distorsionadas que nos exponen a nuestra percepción de la misma.
 

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