Óscar M. Freire

Dentro de una sección marcada por el eclecticismo, el premio VPRO Big Screen 2021 recae en la fresca y estimulante propuesta de Ana Katz, ‘El perro que no calla’.

El perro que no calla | StyleFeelFree
Imagen de la película El perro que no calla | StyleFeelFree

La argentina El perro que calla, de Ana Katz, se alza con el premio VPRO Big Screen 2021 que otorga distribución, al menos, en Holanda. Todo un soplo de aire fresco, que según palabras del jurado se trata de “una esperanzadora y optimista historia que no atenúa los retos de, especialmente, los más jóvenes”. La historia, a medio camino entre la ciencia ficción y el drama intimista, esquiva los clichés del género. Asistimos como intrusos a la vida de Sebas durante varios años, observando cómo es transformada con la naturalidad inconsciente de la que nos es propia. Las tragedias y las alegrías son etapas, fragmentos progresivos, que se suceden sin causas ni efectos. En definitiva, una película que arriesga su argumento en pos de abrir ante nosotros cientos de introspectivas preguntas. Un premio totalmente justo a una obra digna de alabanza.

De igual manera que los premios destacan una obra, las obras a competición destacan unas tendencias cinematográficas, sirviendo como radiografía del panorama fílmico internacional. Con películas de posibilidades más comerciales, la sección Big Screen ha agrupado títulos de Asia, Europa, América y Oceanía. En el mundo globalizado, la preocupación por las relaciones sociales ha atravesado toda la muestra, desde las sigilosas constricciones de Aristocrats, de Sode Yukiko, pasando por los parias de Drifting, de Jun Li, hasta las desigualdades de Aurora, de Paz Fábrega. Todas ellas, utilizando estilos y lenguajes vertebrados por el respeto a sus personajes, son una urgente llamada de atención sobre nuestra contemporaneidad. Una mirada militante que se posa sobre los individuos y su incansable lucha por alcanzar un estado de tranquilidad. Ante las convenciones formales, ante el ritmo frenético, ante la insensibilidad, paz.

Por otro lado, si unos cineastas observaban la actualidad, otros muchos han decidido trasladar sus inquietudes a fantasías históricas o futuristas. Así ocurre en The Year Before the War, de Dāvis Sīmanis, donde la crispación europea y el germen de los fascismos se trasladan a 1913. O la taiwanesa As We Like It, que adapta un texto de Shakespeare para reflexionar de qué manera la tecnología modifica nuestra forma de amar. Un tipo de cine sin tapujos ni miedo a mezclar materiales de cualquier naturaleza física, como las imágenes de archivo con los animes de Les Sorcières de l’Orient o el thriller construido con cámaras de seguridad de Jonathan Ogilvie, Lone Wolf. Un cine libre, independiente y curioso, con la ambición suficiente como para demostrar que hay cabida para documentales sobre brujas junto a ciencia-ficciones antifascistas. Un cine expansivo, plural y poco convencional.

No obstante, de toda la sección hay un título que, tanto por meditar sobre el ser humano y su presente, como por liberar las formas y sus narrativas, demanda una atención especial. Archipel, del canadiense Félix Dufour-Laperrière, aúna y ejemplifica este maremágnum de ideas que es Big Screen. Un ensayo filosófico que, al igual que un torrente, desborda con dilemas contemporáneos, empapa con sus estéticas formas visuales e inunda con su diseño sonoro. Una obra sin ataduras que asoma la cabeza en medio de una selección repleta, ahora en la distancia, de buenas intenciones. Como las perlas en el mar, esta película refleja la identidad de una selección que, con aciertos y fallos, apuesta por el coraje. Ya solo cabe esperar que lo que es una fantasía se transforme en actualidad, y podamos disfrutar de los mejores títulos más allá de festival.