The Party | Ensayando 

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Rosana G. Alonso

Alma mater de SFF. Librepensadora observando las dinámicas sociales y culturales desde una perspectiva feminista que se abre a lxs otrxs

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La última película de Sally Potter, ‘The Party’, no deja de ser una obra menor en todos los sentidos, aunque con un reparto de primera

Anteriormente a The Party, Sally Potter presentó Ginger & Rosa, una película que fue desvelándose y creciendo a medida que avanzaba. En este proyecto había un interés acentuado de destacar ideas reflejadas en actos que chocan los unos con los otros, al enfrentar la vida íntima, la satisfacción personal, con la satisfacción de los que nos rodean. En todo esto, como acostumbra la realizadora de Orlando, había una mirada feminista y política, en la que se podía ver el reflejo de La felicidad de Agnès Varda, sobre todo, en el desenlace argumental final.

Ahora con The Party vuelve sobre la idea original de Ginger & Rosa en un intento de evitar los hechos —que se congelan al confinar a todos los personajes de la película en un espacio único— y mostrar el concepto. ¿Qué ocurre cuando nuestras ideas preconcebidas acerca de algo o alguien, no son tan puras y estables como las habíamos imaginado? El cóctel está servido. Sin efectos especiales y con un blanco y negro que introduce una mirada psicológica, la plantilla de actores, al mismo tiempo, queda sobreexpuesta a sus propias interpretaciones en un espacio y tiempo reales que no siempre funcionan en el cine. El elenco es formidable —entre otros: Kristin Scott Thomas, Timothy Spall y Patricia Clarkson—. Pero la desnudez figurativa a la que se ven sometidos los actores, en una teatralización de lo cinematográfico como veíamos en Mi casa en París o en La señorita Julia, no acaba de encontrar un lugar donde exhibirse sin pudores. Los personajes vistos con lupa muestran expresiones artificiales al servicio de diálogos superfluos que aparentemente no llevan a ningún lugar. Hasta que se desvelan todas las pistas y entonces se vislumbra un atroz retrato de la sociedad moderna, sus estratos ideológicos, sus susceptibilidades y sus sombras, donde habita la mentira. Abono que en Sieranevada, de Cristi Puiu, cosechó formidables resultados. No tanto aquí, ya que el envoltorio se asemeja más a las comedias ligeras francesas.

The Party, no obstante, posiblemente será recordada como una obra menor en la filmografía de Sally Potter donde destacan películas sobresalientes como Orlando, asombrosa en muchos sentidos pero especialmente por una fotografía, diseño de producción y vestuario de factura impecable. Sin olvidarnos de Yes, más reciente. Una cinta primorosa formalmente y con un guion extraordinario que enfoca muchas dinámicas arrolladoramente actuales, entrando en el terreno resbaladizo de las relaciones pasionales, que ofrecen al espectador una experiencia vívida, a flor de piel. The Party es otra cosa. Tampoco se percibe como un experimento. Más bien como el ensayo —en el sentido de prueba— de una película más sólida en donde Sally volviera a demostrar su talento unificador que la consagraría, en una época de renacer feminista, como una de las cineastas más necesarias y sobresalientes de las últimas décadas. Este último trabajo no deja de ser menor, en todos los sentidos. Su corta duración, poco más de una hora, no hace más que confirmarlo, lo cual no significa que necesitara más tiempo. Pronto se resuelven las acertadas intenciones en un hacer más simplista que simplificado. La trama avanza sin tregua y el corte final se ejecuta con maestría, no robándole más tiempo a un público que agradecerá la ausencia de pormenores en una comedia que progresa veloz, con la eficiencia del thriller.
 

Tráiler de The Party | StyleFeelFree Youtube