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Lejos de ser únicamente un icono del arte pop Rauschenberg se descubre, en la retrospectiva que de la Tate viajará en mayo al MoMA, como un artista inquieto que experimentó su tiempo sin dejar de moverse
En 1964 el Pop despertó en todo el mundo cuando Robert Rauschenberg (Texas, 1925 – Florida, 2008), sorpresivamente, se alzó con el León de Oro en la Bienal de Venecia de ese mismo año, siendo la primera vez que un artista estadounidense era reconocido con tal distinción. El arte abstracto, propiamente dicho, de liderazgo europeo, que reflejaba un sentimiento de pérdida, tras la Segunda Guerra Mundial, empezaba a quedarse anticuado en unos sesenta en los que el artista americano continuaba buscando la forma de evitar los formatos estrictos. Justo, en un momento en el que un efectivo eslogan resultaba más convincente, más propio de la época, que un efusivo trazo que se veía impedido a salir del lienzo.
Sin embargo, aunque Rauschenberg fue ampliamente conocido por su aportación al arte pop, donde lo enmarca la historia oficial del arte, su ecléctica imaginería encaja mejor en un lugar intermedio donde el arte povera dialoga con el expresionismo abstracto y lo popular, sin miedo a sobresalir más allá de los márgenes impuestos por la pintura. Todo ello, para recorrer otros lugares que evitan, como en el arte pop de cuño más legítimo en donde reinarían las obras más impersonales de Andy Warhol y Roy Lichtenstein, una ostentosidad fácilmente reconocible y banal que aunque fue adecuada como reflejo de la década de los sesenta, no dejaba de ser un instrumento excesivamente mercantil, si no permitía lecturas intermitentes.
La obra de Rauschenberg, vista con propiedad, está repleta de saltos que anticipan una energía que amalgama con lo cotidiano y que encontró muchos lugares de avituallamiento que le permitieron cruzar las fronteras entre los medios. Transitó por la pintura, la escultura, el dibujo, el collage, el ensamblaje, la fotografía, la serigrafía, la litografía, la escenografía y la instalación. Tampoco dudó en meterse en terrenos aparentemente ajenos como la danza, la creación con textiles y la tecnología. En sus ensamblajes, a los que Rauschenberg denominó Combinados (Combines), pero también en sus interesantes trabajos desde finales de los años cuarenta hasta principios de los cincuenta, que le sirvieron de aprendizaje buscando rastros de otros, pueden apreciarse estas conexiones que encuentran lugares comunes para aproximarse a su realidad más inmediata transgrediendo jerarquías. Su viaje personal es un viaje propio y confabulado con otros, con quienes explora nuevos vínculos, heterogéneos modos de hacer y de ser. Elementos que enlazan su biografía con territorios que explican un proceder, como hubo ocasión de comprobar en España en los años ochenta, con la exposición que le dedicó la Fundación Juan March de Madrid; y posteriormente, en el Guggenheim de Bilbao, a finales de los noventa, con una retrospectiva que dejó paso al homenaje tras su muerte que le rindió en 2010 con 60 obras de su serie Gluts. Quedaba, no obstante, todavía pendiente una gran retrospectiva póstuma que volviese sobre su trabajo que si bien no ha llegado a nuestro país, pudimos disfrutarla recientemente en la exposición que acaba de clausurarse en la Tate Modern y que está lista para presentarse en mayo en el MoMA de Nueva York y en noviembre, en el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA).
Primera toma de contacto con Rauschenberg
Para comenzar, el primer impulso. En Rauschenberg esta primera toma de contacto adquiere consistencia durante su paso por el Black Mountain College a través del cual entraría en contacto con el compositor John Cage, el coreógrafo Merce Cunningham y Willem de Kooning, después de una estancia en Paris, en el verano de 1948, donde conocería a Susan Weil con quien comenzaría una relación personal y profesional. Junto a ella emprendería sus primeros experimentos con la fotografía de cariz abstracto, como reflejan sus obras Blueprint (1950), realizadas con grandes hojas de papel fotosensible sobre las que posarían cuerpos y objetos que una vez registrados sobre el papel, serían inmortalizados siendo expuestos a una fuerte luz artificial.
De este período, los primeros cincuenta, datan también sus trabajos más experimentales y sus primeras incursiones en la pura abstracción como se puede apreciar en Black painting y White Painting (1951). Hasta Charlene (1954) y Short Circuit (1955) que anunciarían su triunfante entrada en los Combinados (Combines) estas obras muestran un estado alerta a todo cuanto le rodea , entrando también en espacios introspectivos, aunque asegurara, en los años sesenta, que no le movían los sentimientos personales ni las intenciones específicas. “Lo que me interesa es un contacto”, declaró en 1961.
Scatole personali (1952) es, sin embargo, una obra en la que se pueden hacer lecturas personales que traen a colación su herencia cherokee que le venía dada por parte de su abuela paterna. Encontramos en estas obras recuerdos íntimos entre los que hay plumas mezcladas con objetos devocionales en cajas que tienen el aspecto de los relicarios religiosos y que guardan cierto parentesco con la obra de Joseph Cornell. Una creación que levantó ampollas cuando fue expuesta por primera vez en la galería Eleanor Ward de Nueva York y que, a día de hoy, se percibe como una curiosa muestra del carácter de un Rauchenberg inquieto y aquí, anímico, que estaba buscando su punto de partida mientras viajaba por Italia junto a Cy Twombly.
Pero la más sorprendente de este círculo que engloba sus primeras incursiones quizás sean, además de sus transferencias con solventes y sus Esculturas elementales (Elemental sculptures, 1953), unas esculturas que creó con materiales rudimentarios que encontró en sus viajes por la isla de Staten y merodeando por su vencindario local, su pieza Automobile Tire Print (Impresión de neumático de automóvil, 1953) que abría la muestra que pudimos ver en la Tate Modern. En ella se encuentra la evidente huella —incluso, en sentido literal— de lo que marcaría toda su trayectoria. El movimiento. Anunciado aquí por la marca de rodadura de la rueda de un coche Ford Model-A de John Cage que el mismo Cage conduciría a lo largo de una línea de papel en la que quedaría registrada la pintura negra que había depositado Robert Rauchenberg cuidadosamente, delante de la rueda. Independientemente de estos trabajos, hay una obra clave en esta etapa que, sin resultar especialmente llamativa, invita a reflexionar y singulariza el talante e ingenio de un joven y ambicioso Rauschenberg que para Erased de Kooning Drawing, Rober Rauschenberg (1953) solicitó a De Kooning un dibujo suyo que borraría para exponer como su propia obra. En esta singular propuesta plantea cuestiones sobre la autoría, dejando al mismo tiempo manifiesto el ímpetu de una nueva generación a la que pertenecía.
Un camino marcado por la danza, la tecnología y los viajes
En adelante, sus obras posteriores estarían eclipsadas por el fulgor de sus Combinados (Combines) en los que, como su nombre indica, están realizados por medio de la combinación de materiales cotidianos con collages, un conjunto al que Rauschenberg añadía manchas de pintura que eran señales inequívocas de su compromiso con la pintura abstracta. Aunque estos son sus trabajos más conocidos, no dejan de ser una respuesta que acabó convirtiéndose en tendencia surgida a finales de los cincuenta donde el ensamblaje destacó con nombres como Bruce Conner, al que ahora se le dedica una retrospectiva en el Museo Reina Sofía, John Chamberlain o Jean Tinguely, entre otros. Una contestación, la del ensamblaje, a la incipiente sociedad de consumo que ya había intuido Kurt Schwitters con sus collages que no hicieron distinción entre arte y publicidad, creación y mercancía susceptible de convertirse, precisamente, en creación. Trabajos como Bed, Pantomime, Black Market, Winter Pool y por supuesto, Monogram, merecen un capítulo aparte. Además, entroncan con el arte actual tendente a la fusión de recursos como réplica a la saturación de imágenes y elementos de una absorbente cultura y sociedad popular que resultan estar más en consonancia con el Pop de lo que estuvo en los sesenta de la anterior centuria. Esto es, el siglo XXI llegó con la panacea —en forma de tratados— debajo de los tentáculos de un salvaje neoliberalismo que nos enseñó el sonido del Pop, en un mercado mundial que tiene sus propias habichuelas mágicas de los Andersen entre los países pobres y ricos.
La andadura de Robert Rauschenberg es, a pesar de este sabio inciso en los Combinados, camaleónica, creciéndose en las conexiones personales que entabló con otros artistas, compositores y bailarines. De entre estos destaca su colaboración con Merce Cunningham a quien acompañaría en su gira junto a su compañía de baile, creando sets y trajes que llegaba a improvisar en el lugar. No fue el único bailarín con quien colaboró ya que también lo hizo con Steve Paxton. Además de sus incursiones con la danza, coincidiendo en el tiempo con la obra de Andy Warhol, comenzó a hacer pinturas usando serigrafías, que no fueron una tentativa aislada de escaparse de los estándares del arte. También exploró el camino de la tecnología junto a ingenieros siendo co-fundadador de E.A.T (Experiments in Art and Technology / Experimentos en Arte y tecnología). Como prueba de este interés, su obra más espectacular en este sentido es Mud Muse (Musa de barro, 1968-71), un gran tanque de metal relleno con arcilla de bentonita mezclada con agua que burbujea y chorrea como respuesta a sonidos creados. Así mismo, volvió sobre el tema de la automoción, recuperando frías piezas de metal de automóviles en Oracle (1962) y fue un viajero que supo extraer de sus viajes lecciones que le servirían para seguir evolucionando como artista. Justamente, después de su visita al centro textil indio de Ahmedabad, desarrolló sus Jammers en los años setenta, una década donde también se aprecian la fascinación que le provocaban las cajas de cartón encontradas, con las que construiría singulares esculturas de pared que vuelven a hacer patente su empatía con un ser humano sujeto a una dinámica consumista que lo devora.
De aquí en adelante, en los ochenta iniciaría el que fue su proyecto más ambicioso que se conocería por las siglas ROCI (Rauschenberg Overseas Culture Interchange / Intercambio de Cultura en el Exterior Rauschenberg), enfocado como herramienta para la promoción del diálogo intercultural y la paz mundial. Este autofinanciado programa le llevó a presentar exposiciones en México, Chile, Venezuela, China, Tibet, Japón, Cuba, la Unión Soviética, Alemania Oriental y Malasia, realizando nuevos trabajos que daban respuesta a cada lugar, en diálogo con lo que había conocido allí. Toda una declaración de intenciones que vuelve sobre la premisa de que la gran preocupación de Rauschenberg era, sin lugar a dudas, la de no permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. El arte, como motor de todo vínculo, tenía que fluir, dar de sí, uniendo a las personas. El movimiento parecía ser su verdadera obsesión, razón por la que siguió en activo hasta los últimos años de su vida, como lo evidencia su serie Lotus, con obras que acabó el mismo año que definitivamente se fue, como quién va de viaje. Las conexiones que hizo Rauschenberg siguen latentes en el presente.
Fotografía de Pelícano de Robert Rauschenberg, Mayo 1965 como performance en el estudio de televisión CBS | © The Robert Rauschenberg Foundation, New York | Cortesía de la Tate Modern
Obra: Gull (Jammer), 1976 de Robert Rauschenberg | Foto: Jonathan Muzikar. © Robert Rauschenberg Foundation | StyleFeelFree
Título: Robert Rauschenberg (Retrospectiva. 1925 – 2008)
Artista: Robert Rauschenberg
Comisariado: Achim Borchardt-Hume (director de exposiciones de la Tate Modern); Leah Dickerman (comisaria Marlene Hess de pintura y escultura del Museo de Arte Moderno de Nueva York); Catherine Wood (comisaria de arte internacional de la Tate Modern); Fiontán Moran y Juliette Rizzi (comisarios asistentes de la Tate Modern)
Lugar: Tate Modern de Londres, MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York), SFMOMA (Museo de Arte Moderno de San Francisco)
Fechas: Tate Modern. Del 1 de diciembre de 2016 al 2 de abril de 2017
Próximas Fechas: Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Del 21 de mayo al 17 de septiembre de 2017 / Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA). Del 4 de noviembre al 25 de marzo de 2018