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Reflexiones en torno a la exposición ‘Bibliotecas insólitas’ propuesta por Glòria Picazo en La Casa Encendida
La idea de biblioteca ha cambiado sustancialmente en la última década. Ya no tiene por qué estar supeditada al libro o documento en papel, tangible y vasto en el espacio corpóreo, si bien, en la exposición Bibliotecas insólitas que puede verse en La Casa Encendida, siguen siendo los protagonistas. Especialmente las ediciones de artista, núcleo central de la muestra. Aquí pueden verse algunos ejemplares extraordinarios, concretamente 40 libros que son ediciones exclusivas con nombre propio que protagonizan la Sala de Reserva, un dominio para especialistas donde se guardan los libros insólitos, raros o preciosos, según matiza Glòria Picazo, comisaria de la muestra. Volúmenes escogidos de los fondos del MACBA de Barcelona así como del Museo Reina Sofía de Madrid, que participa activamente en esta muestra ofreciendo además una intervención, en su biblioteca, de Enric Farrés Duran, que es continuación a la que plantea en La Casa Encendida.
En el recorrido de Bibliotecas insólitas encontramos las ediciones de Ed Ruscha, Marcel Broodthaers, Sol LeWitt, Hanne Darboven, On Kawara, Muntadas o Concha Jerez, entre otros. Libros de artista que comenzaron a fraguarse a finales de los sesenta y que inevitablemente configuran el viaje por la historia de la biblioteca, desde un punto de vista que se cierra en torno a lo artístico, que acaba sucumbiendo a lo virtual bajo la mirada de Clara Boj y Diego Díaz, que han realizado Data Biography [Biografía de datos], una obra, a petición de Glòria Picazo, que sigue su curso hasta finales de año, para cuestionar el papel que asumimos en la red, un escenario relativamente nuevo que ha transformado para siempre el concepto de biblioteca. Ahora el problema como señala Picazo ya no es tanto conseguir la información sino procesarla. “Cómo leemos esa información, cómo la digerimos y nos posicionamos, es el gran reto en la era digital”, enfatiza la comisaria. Mientras, somos inevitablemente partícipes de la misma, como prueban Boj y Díaz reuniendo su propia biografía, construida siguiendo el rastro que van dejando en la nube, fácilmente accesible por medio de programas de espionaje al alcance de cualquiera.
Bibliotecas virtuales
De hecho la nube digital, con sus catálogos personales dispersos por los gigantes del social media o accesibles gracias a los CMS [Sistemas de Gestión de Contenidos], está dejando pistas perceptibles de identidades que componen otras bibliotecas con nuevos agentes, inviables antes de la revolución digital que explotó en torno a 2010, cuando prácticamente el 30% de la población mundial ya estaba navegando en la red. Hoy supera el 50% de la población total y en muchos de los países del llamado Primer Mundo ya alcanza cifras cercanas al 100%.
Después de la imprenta Internet ha supuesto la mayor revolución en la comunicación penetrando en todos los niveles sociales y sus estructuras, cambiando además nuestra forma de trabajar, de comunicarnos y de aprendizaje. Esto incentivó un optimismo que sin llegar a caer, dio un considerable vuelco cuando Edward Snowden, en 2013, reveló como esta Arcadia virtual tenía una cara b menos amable y evitable, por cierto, pero sostenible por vacíos legales que sobrellevamos porque los perjuicios son aparentemente invisibles, mientras se ha interiorizado erróneamente que es el precio a pagar por entrar en un Edén confiscado por los Estados. Algunas películas nos ilustraron al respecto en los últimos años. Citizenfour de Laura Poitras, la aterradora y reveladora A Good American de Friedrich Moser que pudimos ver en el DocumentaMadrid de 2016, y la película de ficción Snowden de Oliver Stone. Hoy en día sabemos que todos nuestros movimientos son o pueden ser observados telemáticamente. Sabemos, aunque preferimos evitar pensar demasiado en ello, que nuestros inseparables smartphones están vigilados [o podrían estarlo] por otras corporaciones que se sirven de malware del que no tenemos constancia, o aplicaciones que hemos instalado voluntariamente y que son la base de su operatividad. Stalkeamos, al mismo tiempo, en ese mismo ciberespacio que nos vigila y nos hace sentir que tenemos el control, mientras estamos siendo stalkeados por otros. Y a gran escala, por redes de espionaje que tienen nuestro perfil en bibliotecas humanas repletas de conexiones, que en el mejor de los casos, únicamente predicen rentables tendencias; aunque también podríamos vernos comprometidos de muchas maneras en función del valor de nuestros recursos o acciones. Sin embargo, habría quien pensase que se trata de teorías conspirativas, cuando ya existe un gran número de casos que han salido a la luz, como los que protagoniza Pegasus [software de espionaje] o los numerosos stealers y keyloggers anónimos que pululan libremente por el ciberespacio cometiendo todo tipo de vulneraciones [a la intimidad, confidencialidad, etc] de las personas y sus entidades jurídicas. Ahí radica el verdadero peligro capitaneado por Anti-Estados al margen de la ley y Estados cada vez más totalitarios que desvían la atención hacia políticas como las de cookies que en lugar de proteger al ciudadano, limitan la visibilidad de sitios que precisan de esos rastros anónimos para poder validar su tráfico, susceptible de generar un beneficio que le faculte para seguir subsistiendo. Por no hablar de la persecución a páginas de descargas de contenidos culturales que con todo y su publicidad invasiva, vía malwares, están contribuyendo a una universalización de la cultura sin precedentes que al menos por el momento, ni siquiera comercialmente es viable ya que no habría forma de reunir el ingente número de contenidos descatalogados por un mercado que predilecta lo nuevo o con vocación de tendencia.
Ante este panorama tan desalentador como ventajoso, lleno de respuestas urgentes a un click, en una sociedad de la información mediada por lo político, que tiende a mostrar solo los blancos y los negros, la opción más estimulante y comprometida con lo social pasa por mantenernos como editores y bibliófilos de lo intangible, capaces de generar nuestras propias bibliotecas independientes y de acceso libre, elaborando contenidos propios que conectan con otros contenidos a través de árboles virtuales, de mapas que marcan un rastro personal que es trayecto vital. Sabiéndose observado, ¿no es preferible hacer un camino que pueda ser transitable por otros, conscientes de que los muros que algunos medios sociales nos invitan a crear, solo son ventajosos para las mismas redes que se nutren de nuestra falsa privacidad, y de contenidos que dejan de ser nuestros desde el momento en el que los colgamos en empresas que tienen el copyright de nuestras vidas? Esa fue al menos mi reflexión desde que decidí crear StyleFeelFree en 2010, motivado por otros proyectos que acabaron absorbidos por este. Una ventana al mundo que es una biblioteca personal y colectiva, de lo propio y lo ajeno convertido en personal y colectivo. Un mapa que rastrea con intención ominisciente en una red, desde las plataformas sociales, mayoritariamente omnipresente. Un canal de aprendizaje continuo por medio del cual he podido realizarme en el ámbito de la comunicación desde la libertad y el compromiso con la propia vida conectada con la creación artística. Una tentativa de compartir que me permite la posibilidad de investigar, archivar y componer una biblioteca de acceso libre que no deja de ser infinita e inabarcable como supone Glòria Picazo, aludiendo a Borges, en la muestra que sirve de preámbulo a estas divagaciones.
Este ejemplo personal solo es un dato que me permite llegar a la conclusión, fácilmente extraíble, de que las nuevas bibliotecas, todavía incipientes, están en red. Por supuesto, difieren de las bibliotecas custodias del papel en muchos aspectos. Para empezar, a través de lo digital se ahorra esfuerzo. Nuestro afán por conocer es satisfecho rápidamente. No hay pregunta que no tenga posibles respuestas subjetivas que componen un todo que se acerca a una realidad nunca objetiva, afligida para el observador pensante. Todo son posibles. La fiabilidad de la respuesta se antoja hipotética. Pero nos permite aproximarnos a una verdad elástica, y que podemos adaptar a nuestras creencias o valores mientras decidimos a quién le damos credibilidad en el laberinto de supuestos. Lo que importa no es tanto tener un conocimiento profundo de las cosas, sino el conocimiento efectivo que nos sirve para desenvolvernos rápidamente en un escenario, que virtualmente, mientras es controlado, se nos antoja controlable. En cambio, las bibliotecas clásicas siguen siendo el vehículo predilecto para una investigación en profundidad que va ineluctiblemente unida a la biblioteca virtual y probablemente sugerida por ella.
Será cuestión de tiempo que todo el saber acabe en la nube. Para entonces, los libros serán testigos de una época, como en su día lo fueron los pergaminos, papiros, trozos de arcilla o tablillas enceradas. Solo hay que observar las bibliotecas físicas. “Se están vaciando”, advierte Picazo en las inmediaciones de la biblioteca-hemeroteca de La Casa Encendida, intervenida por Francesc Ruiz para reflexionar sobre este traspaso del papel a lo digital con una instalación que convierte a la hemeroteca en un lugar abandonado “donde de repente crece la vegetación y las revistas se convierten en una especie de selva”, explica el artista mientras señala que la compra de SGEL por parte de Springwater es una noticia que debería hacernos pensar en el futuro del papel. Curiosamente las bibliotecas cuando no están vacías, como advierte Picazo, están repletas de estudiantes que solo buscan un lugar tranquilo en el que sentarse y conectarse a la red donde está construyéndose una nueva Biblioteca de Alejandría adaptada al presente. Un espacio intangible en el cual todo parece estar diseñado a imagen de sueños en los que somos los protagonistas de películas en las que podemos ser los productores y distribuidores, o dejar que otros lo hagan.
Obra de © Ignasi Aballí en la exposición Bibliotecas insólitas | Foto: © StyleFeelFree
Obra de © Javier Peñafiel en la exposición Bibliotecas insólitas | Foto: © StyleFeelFree
Título: Bibliotecas insólitas
Artistas: Ignasi Aballí, Alias Editorial, Clara Boj y Diego Díaz, Iñaki Bonillas, Fernando Bryce, Enric Farrés Duran, Dora García, Javier Peñafiel, Juan Pérez Agirregoikoa, Antònia del Río, Francesc Ruiz, Oriol Vilanova
Ediciones de artista: Carl Andre, Eugenia Balcells, John Baldessari, Cristian Boltanski, Marcel Broodthaers, Joan Brossa, Stanley Brown, James Lee Byars, Daniel Buren, José Luis Castillejo, Hanne Darboven, Hans Peter Feldamann, Hans Peter Feldmann, Robert Filliou, Hamish Fulton, Gilbert & George, Juan Hidalgo, Concha Jerez, Joseph Kosuth, On Kawara, Sol LeWitt, Richard Long, Walter Marchetti, Gordon Matta-Clark, Miralda, Antoni Muntadas, Michelangelo Pistoletto, Joan Rabascall, Dieter Roth, Edward Ruscha, José Antonio Sarmiento, Francesc Torres, Isidoro Valcarcel-Medina, Lawrence Weiner
Comisariado: Glòria Picazo
Lugar: La Casa Encendida (Madrid)
Fechas: 16 de junio de 2017 – 10 de septiembre de 2017
Entrada: acceso libre