Rosana G. Alonso

En un proceso de búsqueda irresistible Amanda Nell Eu, en ‘Tiger Stripes’, convierte a Zafreen Zairizal en un tigre a través del cual trata de explicar la demonización de la experiencia femenina que anuncia el cuerpo en la pubertad

Tiger Stripes | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Tiger Stripes | StyleFeelFree. SFF magazine

En Tiger Stripes, ópera prima de Amanda Nell Eu, hay un interés profundo por hacer visibles los cambios hormonales de la mujer en la pubertad. La cineasta malaya se vale de la parábola para conjugar una suerte de ficción mágica en la que la realidad se desvela a través de metáforas. Estas revelan los mitos y leyendas populares presentes en Malasia. Recursos que aquí transforman a su protagonista, irresistible e implacable Zafreen Zairizal, en una fuerza salvaje de la naturaleza. Un tigre que defiende su territorio, su nueva identidad adquirida en el paso de la niñez a la madurez corporal.

Con la llegada de su menarquia Zaffan, de 12 años de edad, comienza a experimentar no solo cómo su cuerpo cambia sino también su forma de percibir el mundo. Algo que también observa su entorno, en especial sus compañeras de colegio, lo que la incomoda aún más. Es una experiencia difícil de plasmar para la cámara ya que implica demasiados cuestionamientos, interrogantes y emociones. Por ello, Nell Eu recurre a lo simbólico que le permite arrastrar a su protagonista a la metamorfosis. En un giro que parece rememorar al Apichatpong Weerasethakul de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas la película busca estrategias efectivas que satisfagan el propósito de captar un estado en el que las hormonas se desatan.

Es este un ejercicio que, aunque desde el guion no resulta demasiado novedoso y no es la primera vez que algunas cineastas han performatizado la experiencia corporal para hacer visible el deseo que se sumerge en lo desconocido, tiene una intencionalidad muy bien definida. La cinta investiga en la demonización de lo femenino, en cómo todas las culturas, desde siempre, han mirado a la mujer vertiendo sobre ella todas las sospechas posibles. La criatura bestial de vagina sanguinolenta, la bruja en muchos casos que sabe lo que no tiene que saber. En el reverso del ideal masculino está esta mujer que se vuelve repulsiva a los ojos de todos. Muy bien plasmado este cosmos en el que habita la superstición, incluso con toques de humor, la película avanza no sin caer en su propia trampa para tigres salvajes.

Recurriendo a diferentes formatos y tratando de no decaer, la chispa inicial con la que arranca se añora. Se echa en falta, a modo de Tsai Ming-liang en sus experiencias musicales, más música, más color, más arrojo. Aún así, no deja de ser interesante el proceso de búsqueda. De la libertad y la individualidad. De la lucha íntima que libramos las mujeres para mostrar, socavando el prejuicio, nuestra naturaleza salvaje. Aquella que nos permite saborear una independencia conquistada con sacrificio. Aquella que brota de aguas profundas subyugando espacios. Y todo comienza allí. En ese terreno desconocido que indica un camino que podemos dirigir desde muy temprano. Aunque para ello tengamos que convertirnos en bestias atemorizantes.