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Orgullosamente envuelta en un manto socialista, ‘Plan 75’ retrata el aullido de una tercera edad ignorada y abandonada a su suerte que reclama ferviente su derecho a vivir
Cuando pensamos en el culto a la vejez, es, bien por estereotipo o falta de autocrítica, que los europeos miramos con recelo a la sociedad japonesa. Y es que gracias a sus pilares ideológicos encontramos en Oriente una cultura donde, hasta hace bien poco, la longevidad era considerada un tesoro irremplazable. Sin embargo, opuesta a un capitalismo depredador incompatible con el envejecido régimen demográfico, la filosofía de Confucio ha sido relegada a un segundo plano. Igualmente, el beneficio de una economía en auge parece opacar al valor de la existencia humana. Bajo estos apuntes, Chie Hayakawa presenta en su ópera prima una cinta en defensa de la tercera edad, mostrando con rompedora sutileza la desgracia de envejecer solo. En consecuencia, la obra convierte su distópica premisa en el grito de auxilio de una generación que, tras una vida de servidumbre, se ve abandonada a su suerte y obligada a morir.
Con el infame Plan 75, el gobierno japonés propone a los ancianos someterse a una eutanasia voluntaria con tintes nacionalistas. Una medida que nace en respuesta a los crecientes atentados contra las residencias de estos mismos que buscan terminar con los despreciados parásitos del sistema. Junto a un elenco conformado por una limpiadora octogenaria, una inmigrante desesperada y un joven promotor del plan, Chie Hayakawa introduce tres relatos paralelos que alternan con maestría entre la más tierna comedia y la soledad más rompedora. La directora convierte entonces una coyuntura propia de la sociedad japonesa en una crítica sin fronteras a la manera en la que tratamos a nuestros mayores. Sin olvidar, por otro lado, la crítica a la eutanasia en una era donde el suicidio está a la orden del día y el valor de una vida se ha desplomado por debajo del precio del Yen.
Y, sin embargo, rechazando la transformación del humano hacia una máquina sin sentimientos al servicio del Estado, Plan 75 es una oda a la vida. Un relato universal sobre la belleza del mundo que solo se puede percibir a determinadas edades. Construido a través de la fotografía más intimista y una puesta en escena que evoca a la introspección. De esta manera, con su primer largometraje, Hayakawa transmite el grito de una generación que se ahoga en soledad y desea con todas sus fuerzas no ser olvidada. Así, la película nos obliga a mirar en nuestro propio interior y reconsiderar la manera en la que tratamos a nuestros mayores convirtiendo Plan 75 en una experiencia inolvidable a la que las palabras no le hacen justicia.