Rosana G. Alonso

Con escenas delirantes ‘Beau tiene miedo’ arranca con fuerza y un Joaquin Phoenix memorable, pero se pierde en un conflicto que evita encarar hasta el desenlace final con la arrolladora presencia de Patti Lupone

Beau tiene miedo | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Beau tiene miedo | StyleFeelFree. SFF magazine

Con un importante número de cortometrajes en su haber, la incursión en el largometraje de Ari Aster con Hereditary fue aplaudida con entusiasmo. El terror estaba experimentando un importante apogeo y cineastas como Julia Ducornau, con Crudo, y más anteriormente Panos Cosmatos, con Beyond the Black Rainbow, ya habían conquistado otras audiencias que las propias del género. También pegaron una buena sacudida otros directores, de mirada categóricamente masculinizante, como Robert Eggers. Pero lo de Ari Aster era algo distinto. No tengo claro que supiera muy bien hacia dónde iba, pero su inquietante propuesta, a medio camino entre el terror y la comedia indie americana más negra, le funcionó bien. Su imperiosa estética y la construcción de personajes tan perturbadores como cautivadores no dejaron a nadie indiferente. Poco después, con Midsommar, acabó de convencer a los escépticos con una cinta más radiante y narrativamente mejor definida.

Ahora, con Beau tiene miedo Aster suelta por completo las riendas con un relato que exprime hasta las últimas consecuencias. Sus tres horas de duración podrían estar justificadas por la épica argumental que le acompaña si no fuera porque, después de una introducción apoteósica, se pierde en los laureles. La asfixiante dinámica madre e hijo no acaba de tener sentido hasta el último acto y esto hace tambalear el corazón de la historia. Esta se sustenta con un personaje, Beau Wassermann, que no ha sabido crecer separado del cordón umbilical. Sigue siendo un niño grande, en la mediana edad, repleto de miedos y ansiedad. Un niño con barba blanca y rostro afligido al que da vida Joaquin Phoenix en una interpretación para la que lleva preparándose desde I’m Still Here. Convincente corporal y gestualmente, protagoniza una sucesión de escenas iniciales en las que el horror abre la puerta al humor.

La desubicación temporal que sufre Beau tiene miedo le hace perder arrojo, sin embargo, las subyacentes cuestiones que aborda y que afloran en el momento en el que Patti LuPone emerge con temperamento liddelliano hacen que perdonemos cualquier desvío. Es una obra demasiado ambiciosa y no logra articular convenientemente una tesis que apenas intuimos hasta el final. Me da la sensación de que Aster no ha sabido colocarse fuera para mirar dentro. Es evidente que la carga emocional intrínseca a esta cinta acaba superándole. Ello no impide que tenga pasajes excepcionales en los que atrapa con todo tipo de trucos y situaciones delirantes. Por eso, no estaría mal que volviese sobre este complejo edípico tras sopesarlo, quitándole relleno. Capa a capa la película acaba convirtiéndose en una madeja de problemas irresolutos que buscan encontrar una respuesta cuando suena Isn’t It a Pity de George Harrison.
 

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