Marta Pascual
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El director francés Mathieu Turi se acoge a la ciencia ficción en ‘El tubo’ para retratar de forma agónica las fases del duelo

El tubo | StyleFeelFree
Imagen de la película El tubo | StyleFeelFree

Anuncios de mujeres desaparecidas y un aparente secuestrador introducen El tubo, la nueva película del director Mathiey Turi. En ella, la joven Lisa se sube a un vehículo desconocido a altas horas de la noche para llegar a su destino, cosa que nunca sucede. De hecho, acaba en un estrecho habitáculo y se ve obligada a huir por un tubo repleto de obstáculos mortales milimétricamente planificados. Aunque el cineasta da vida a una realidad alternativa, también hay cabida para el drama, el cual se manifiesta con la hija desaparecida de la protagonista. A pesar de unir ambos tonos forzosamente, dada la situación actual derivada de la pandemia, no es difícil identificarse con la agónica experiencia del personaje principal.

La trama se deshace abruptamente de su inicial nihilismo con el propósito de realizar una metáfora del duelo que se aleja del naturalismo. Al asumir el riesgo de alejarse de una fórmula más tradicional, logra concebir una pieza original, pese a estar un tanto ornamentada. Como resultado, da la sensación de que la historia se acopla a la acción y no al revés, creando contrastes bruscos entre escenas con propiedades contrapuestas. Aun así, logra mostrar el arco evolutivo de Lisa sin forzar su exposición en exceso, permitiendo redimensionar la riqueza del filme. Este plasma el carácter primario de dos instintos primitivos, la supervivencia y la maternidad, a través de artificios cibernéticos, consiguiendo reflejar aspectos únicamente humanos. A partir de estos elementos, la atmósfera se balancea entre un inicio autoexplicativo y las incógnitas derivadas del desarrollo del mismo.

Mathieu Turi se mueve entre la ciencia ficción y el terror con soltura en su segundo largometraje mediante una candencia dinámica. Esta logra mantenerse a través de escuetos respiros que empujan al relato hasta su finalización, a la vez que ejecuta transiciones espaciales dentro de un único lugar. Además de rememorar videojuegos como Tomb Rider, recurre a una estética cinematográfica oscura y futurista parecida a la de El hoyo. De este modo, sigue la tendencia postapocalíptica, pero renuncia al retrato social para centrarse en los traumas de un solo individuo. Ello le permita tomar una idea sencilla y fundar un imaginario relativamente complejo, con el objetivo de que el espectador no se sienta tentado de abandonar el juego.
 

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