Rosana G. Alonso
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En tiempo real, favoreciendo la tensión, Matías Bize en ‘El castigo’ sigue mostrando interés en la pareja que se descubre como un tema inagotable y en continua transformación

El castigo | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película El castigo | StyleFeelFree. SFF magazine

A Matías Bize le gusta retomar modos —tanto argumentales como artísticos— que ya había explorado sabiendo de antemano lo que estos le proporcionan. Está claro que a la trama de El castigo le favorece la filmación en tiempo real. De esta manera, logra lo que la película precisa. Una inquietud, marcada por el suspense, que está presente los 86 minutos de metraje. En su ópera prima, Sábado, una película en tiempo real, ya sabía de las posibilidades de filmar en un plano secuencia. En aquella ocasión, la impetuosidad logró sacar adelante un proyecto lleno de audacia que marcó un debut en el largometraje memorable. Ahora vuelve a valerse del mismo truco, que nos remite a La soga de Alfred Hitchcock, conociendo bien el mecanismo y con un casting formidable en el que sobresale Antonia Zegers.

Endiablada Zegers, en El castigo está soberbia. Es una actriz formidable a la que Bize conoce muy bien. Pero nunca había interpretado bajo su dirección un papel protagonista que defiende con arrojo, con sus característicos matices en la forma de articular el lenguaje y el gesto. Convierte en oro todo lo que toca. Y especialmente en esta película es clave. Contenida al principio, tan misteriosa como el filme, marca a fuego un desenlace en el que las dialécticas de género explotan como un artefacto inesperado. Es verdad que al chileno le interesan estos juegos de pareja a los que ha dedicado toda su filmografía. Pero aquí sobresalen particularmente resultando el punto fuerte de una cinta que, en la caracterización del hijo, desde la perspectiva argumental, guarda cierto parentesco con Tenemos que hablar de Kevin de Lynne Ramsay.

En la película la desaparición del hijo, a quien el espectador nunca llega a ver, es el detonante de una crisis de pareja. Perdido o escondido en un bosque, al borde de una carretera y con la noche a punto de caer, su ausencia es determinante. Solo importan ellos dos, enfrentados, por un hijo que despierta todo el malestar asociado a la maternidad. Se empieza a hablar, por fin, de la mujer desde otros ángulos. Los personajes femeninos comienzan, así, a emerger de las aguas turbias en las que se morían. Se puede odiar y amar a un mismo tiempo. Y en ese arrojo por mostrar todas las contradicciones está la verdadera fortaleza de El castigo. Un castigo que responde a la trama, pero también se evidencia como algo más grande. Es el castigo de ser mujer, madre y esposa. Y no ser lo suficientemente buena en ninguno de los roles.
 

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