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Poema visual sobre el amor, ‘La bête dans la jungle’, de Patric Chiha, en la sección Panorama de la 73 Berlinale, no es solo un ejercicio de estilo arrebatador
Adaptada libremente de la novela homónima de Henry James La bête dans la jungle mantiene un juego de seducción. Ensayo fílmico sobre el amor y sus imposibilidades, es también un ejercicio de estilo audaz que plantea una dicotomía. El tiempo avanza por la historia; y al otro lado, los enamorados, que no amantes, quedan sumidos en un estupor que les inmoviliza a lo largo de los años. Sucesivamente, François Miterrand es elegido presidente de Francia, la epidemia del SIDA hace estragos, cae el Muro de Berlín y, finalmente, acontecen los atentados del 11 de septiembre. Mientras esto ocurre, entre finales de la década de 1970 y los últimos años del siglo XX, John y May acuden todos los sábados a un club nocturno parisino para verse.
Alrededor de los protagonistas la gente baila y el vestuario se va adaptando a los tiempos hasta que en las últimas escenas la pista de baile muestra torsos masculinos y femeninos desnudos. Completamente performática, el cuerpo es un elemento de disfrute como síntoma, predecible, de una sociedad insaciable y hedonista. Y en contraposición, el ideal busca alcanzar la pureza que trascienda lo banal, lo meramente físico. Este maniqueísmo le sirve a Patric Chiha para iluminar lo que le interesa poniendo atención en unos personajes sublimes en su construcción quimérica, moldeada para una ficción llena de fantasía, de metáforas, de sutilezas, de gestos y detalles. En la modulación de la voz, en las palabras, en los planos detalle de pies y manos que van al encuentro del otro.
Anaïs Demoustier y Tom Mercier están maravillosos. Demoustier, además, bellísima con un vestuario para el deleite visual. Y, sin embargo, son Béatrice Dalle y Pedro Cabanas los que construyen la historia como si fueran dos hechiceros que saben el devenir del relato. Los tiempos pasan. Romeo y Julieta envejecen. Y en este envejecer, hay muchos mensajes visibles sobre las exigencias sociales en torno al culto al cuerpo. Planteada como cuento de hadas, Chiha, con toda la elegancia que le caracteriza, evita, a pesar de ello, caer en la evidencia. El realizador, que lleva ya una carrera rotunda, flota por la superficie dirigiendo una pieza de un romanticismo pretendidamente desmedido, pero nunca fuera de lugar. Su artificialidad parece rebuscar algo antiguo, perdido, demodé. Y paradójicamente, no podía alcanzar algo más moderno en su propuesta de la otra cara de la nocturnidad y la fiesta que expuso Gaspar Noé en Climax.
Como dos vampiros que se buscan en la noche, deseándose, May y John transitan por espacios oníricos. Prácticamente concebida en un club nocturno, los momentos en los que estos principales salen de este espacio son reveladores. Sirven para desatascar lo que parecía inmóvil. En ese momento, la bestia, haciendo efectivo el mal presagio, avanza devorando todo a su paso. No hay en cambio saltos inesperados. Todo fluye. Estilísticamente arrebatadora, La bête dans la jungle está diseñada de forma impecable para que el espectador sucumba al hechizo. Si lo hace, será difícil que quiera despertar del ensueño que propone el realizador austríaco que, en esta ocasión, parece acercarse al Wong Kar-wai de In the Mood for Love sin ceder ante nada. Su apuesta por la experimentación es decisiva.