Rosana G. Alonso
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Poniendo en cuestión nuestros procesos vitales de mera supervivencia ‘Notas sobre un verano’, de Diego Llorente, sobresale como una película que más allá de los vínculos afectivos define entornos en los que podemos reconocernos

Notas sobre un verano | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Notas sobre un verano | StyleFeelFree. SFF magazine

Arrastrados por la vorágine aglutinadora de los grandes centros urbanos, los jóvenes de provincias con un poco de ambición no encuentran otra salida que desplazarse. Madrid, principalmente, se ha convertido, más acusadamente en los últimos años, en un lugar de exiliados que buscan realizar un proyecto de vida acorde a sus expectativas. Esto es algo que Asturias conoce muy bien y retrata desde una brutal honestidad Diego Llorente que ofrece, en Notas sobre un verano, una mirada limpia, sin trampantojos. Desde este prisma, la identidad se sostiene, a duras penas, por partida doble. En la promesa de la huida. Y en la resiliencia del que queda lastrado a un lugar lleno de vacíos. En ambos casos se crea una fractura que el cineasta materializa sin efectismos y desde el lugar mismo en el que se desarrolla, un paraíso inalcanzable para los que se van y para los que se quedan.

Por eso, si antaño los asturianos cruzaban el Atlántico buscando prosperidad en las Américas, ahora la capital española parece ser casi la única respuesta. Son desplazamientos forzosos que están tendiendo a la cercanía. Tras hacerse efectivo el Brexit, que prácticamente se solapó con la pandemia del COVID, las fronteras se han hecho más visibles lo que ha supuesto que Madrid celebre un paisaje humano que ha rejuvenecido considerablemente desde hace no mucho. A pocas horas de cualquier otra ciudad española, en cambio, las distancias, el concepto de distancia se amplía, hasta la extenuación, desde las radiales del centro a los contornos, en un territorio estatal multicultural. Sin embargo, toda esa riqueza tenía algunas lagunas muy notables, eclipsada por el dominio cultural que siguen sosteniendo las regiones más ricas y, en su caso, las que llevan un tiempo contribuyendo con mayor ímpetu a favorecer una industria cultural propia.

Ante este panorama, el realizador de Entrialgo mantiene un pulso crucial para poner en el mapa un lugar que no pretende adornar. Afectado por todas las crisis, este pequeño enclave bañado por el Cantábrico, todavía exótico para la cámara, resulta un paraje excelso para narrar genealogías desde un local que trasciende y toma el testigo a otras cinematografías que ya tienen nombre propio como la catalana, la vasca o la gallega. Llorente, aquí con una confianza ciega por saberse parte de un paisaje humano y natural que afronta desde una certeza inquebrantable que a su paso deja constancia tangible del deseo y la ilusión, retrata el desaliento. Aquel que habita en la imposibilidad, y al mismo tiempo, en la adaptabilidad marcada por el ritmo que imponen las sociedades líquidas contemporáneas. En contraposición, y para hacer esto más poderoso, la estación estival, con su luz y su brío, marca cada una de las decisiones estilísticas creando un estado de cierta ingravidez que estalla en un momento dado.

Notas sobre un verano, de esta manera, se precipita como una cinta que, atravesando las crisis de las relaciones afectivas, radiografía un entorno de vicisitudes. Esto es, amparado en un concepto de crisis que no inicia en la pareja, encuentra en ella un cauce de expresión, casi inevitable, por otra parte, como daño colateral. Retrato colectivo de una generación focalizada desde lo etnográfico, proyecta un panorama en el que la aspereza y la afabilidad se abalanzan para contribuir a un propósito. De ahí que cada escena se articule como entidades independientes, meticulosamente engarzadas. Desde este proceder, el montaje respira como un corazón que bombea sangre al ritmo que determina la historia.

El resultado de todo esto es una película que sigue el trascurso natural de una cinematografía española reciente que ha sabido adaptarse a los tiempos y los lugares oportunos que visibilizan una otredad viva, floreciente e imperiosa que mira en los adyacentes para poner de relieve, inequívocamente, los núcleos centrales. Lo que viene a confirmar que no hay proceso universal si se desatienden las periferias, todas las periferias. Y que lo que sostiene este mundo en el que nos situamos como meros supervivientes son, precisamente, nuestros procesos vitales cuestionados.