Pedro Navarro
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Maridando drama social con humor negro, ‘Planta permanente’, de Ezequiel Radusky, denuncia las consecuencias de la frialdad y el nepotismo de la burocracia argentina

Planta permanente | StyleFeelFree
Imagen de la película Planta permanente | StyleFeelFree

En el personal de limpieza no hay ni rango ni jefas, al menos no entre las empleadas del Ministerio de Obras Públicas de La Plata. Es en este espacio donde se desarrolla Planta permanente, el primer largometraje en solitario de Ezequiel Radusky. El argentino, que debutó hace años codirigiendo Los dueños, vuelve a poner el foco en la clase obrera y las tensiones de ésta con sus superiores. Para ello, adereza otra vez el drama social con toques de ingeniosa comedia negra. Las protagonistas, dos limpiadoras de la citada dependencia estatal que se ganan un sobresueldo gestionando un comedor irregular en los sótanos del edificio.

Todo cambia con el nombramiento de una nueva directora que pone en duda no solo la continuidad del chiringuito, sino de algunos puestos de trabajo. En la cinta, la reciente llegada de esta jefa cambia el vuelva usted mañana por mejor no vengas hoy. Una lucha por mantener el empleo que hace del ministerio un sálvese quien pueda. Y, para conseguirlo, la mejor forma es con buenas caras y palabras amables. Así, los personajes comienzan a regalarse los oídos mútuamente mientras, por detrás, se ponen la zancadilla. El buen rollismo y la sonrisa se mantiene hasta limpiando un wáter.

Pero Planta permanente no se queda solo en el retrato de una burocracia en la que impera el nepotismo. La película es, ante todo, la historia de una amistad entre dos mujeres que se conocen desde hace décadas. Una relación laboral que llega hasta lo familiar, siendo una de ellas la madrina de la hija de la otra. Sin embargo, la falta de diálogo, los celos y los intereses cruzados las llevarán a traicionarse. Claramente, flaco favor se hacen a sí mismas al clavarse mutuamente puñales por la espalda. Si bien en el personal de limpieza antes no había ni rango ni jefas, al menos estaban organizadas. Ahora, la lucha interna, la incomunicación y la falta de conciencia de clase las llevará a perder poder en todos los sentidos.

Más allá del buen manejo del tono, el trabajo de Radusky en Planta permanente sobresale por la tridimensionalidad con la que construye a los personajes. Estos no son ni buenos, ni malos, sino simplemente personas con intereses divergentes. En todo caso, es la frialdad de la burocracia la que los lleva a sus lugares más oscuros y a tirar de egoísmo para sobrevivir. Una pelea en la que el antagonismo de esta nueva directora parece apuntar a la gestión pública y a los recortes presupuestarios como responsables.
 

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