Rosana G. Alonso
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Aunque entra en terrenos difíciles que atañen a las corporalidades, en ‘La consagración de la primavera’ Fernando Franco se percibe más ligero que nunca

La consagración de la primavera
 | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película La consagración de la primavera | StyleFeelFree. SFF magazine

El personaje de Ana en La herida, la ópera prima de Fernando Franco, tenía un trastorno de la personalidad llevado al límite. Algo parecido le ocurre a Laura, protagonista de La consagración de la primavera que estos días compite por la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián 2022. Sin embargo, entre una y otra media una distancia considerable. Casi una década en la que coinciden itinerarios. El cineasta sevillano vuelve al Festival de San Sebastián a competir por la Concha de Oro. En este lapsus de tiempo, la madurez es obvia. Madurez en el sentido que otorga la palabra. Su cine sigue una línea evolutiva lógica y se siente más relajado y luminoso. Ahora, su protagonista no necesita infligirse un daño para curar un posible trauma que se evidencia que puede tener su origen en la familia. No obstante, su sanación no tiene un método ortodoxo.

La consagración de la primavera vuelve a jugar con el tabú, como el resto de filmografía de Fernando Franco, ofreciéndonos un coming of age que pretende la catarsis. Pero para ello, la actriz Valèria Sorolla, personificando a Laura, tendrá que emprender un camino enfrentando conflictos que tienen su origen en la herencia familiar. No obstante, evitando las zonas oscuras predilectas de Franco, no hay sacrificio sino afán por experimentar y salirse de los condicionantes sociales que arrastra. Entrando de lleno en los desafíos que conlleva la adolescencia tardía, hasta alcanzar la emancipación, ella encontrará en un chico con parálisis cerebral una brújula existencial. Por otra parte, su compañero de ruta sirve al filme para abordar la intimidad de personas con corporalidades no normativas. Como hacía Adina Pintili en Touch me not el realizador de Morir entiende que es necesario mostrar, para normalizar, la sexualidad de personas con ciertas discapacidades.

Volviendo a posicionarse como un director de mujeres, el sevillano encuentra en Valèria Sorolla una actriz que imprime una personalidad aplastante a La consagración de la primavera. Ella es una actriz que sorprende por su frescura y naturalidad, representando muy bien a una generación de jóvenes sobrepasados de estímulos y, al mismo tiempo, desconcertados y ansiosos ante una realidad polifónica y avasalladora. Sucumbiendo ante un paisaje social en redes que nos convoca a mostrarnos siempre pletóricos, la cinta también focaliza un discurso que materializa el derecho a no estar siempre a gusto con uno mismo o el entorno. Esto cala muy bien porque la naturalización a la que tiende Franco se nota más liviana y eso se imprime al elenco actoral. Todos, sin excepción, están espléndidos, conformando un abanico de afectos que se abren al otro.

Ligero de carga, a pesar de que entra en terrenos difíciles y pantanosos que inducen al espectador a repensar no solo en otras afectividades e intercambios afectivos, sino en los medios para alcanzar la estabilidad emocional, Fernando Franco se siente ingrávido. Y esa ingravidez es lo que percibe una audiencia que no tiene que soportar el poso y el peso de atmósferas sobrecargadas y personajes excesivamente afectados. Entendemos entonces que el cine puede ser un acto de representación de aquellas cosas que apenas se hablan. Sea la muerte o el daño que podemos llegar a infligirnos a nosotros mismos. Asimismo, es un lugar para explorar las distintas facetas del yo hasta encontrar la libertad. En esta película se ha logrado una máxima en el cine contemporáneo. Retratar el flujo de un tiempo que se percibe en los cuerpos, en las inquietudes y en la desubicación que busca, continuamente, encontrarse.