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Carine Tardieu en ‘Los jóvenes amantes’ hace un ejercicio en el que las líneas y las formas sutiles crean imágenes de un amor puro
Shaune es una mujer de 70 años que ha perdido la esperanza de volver a sentir el amor romántico. Mientras tanto Pierre, a sus 40 años y casado, echa en falta la pasión de cuando era joven. Pero, tras un viaje a Irlanda en el que reencuentra a Shaune, redescubre la sensación que creía haber perdido en un matrimonio hecho pedazos. Partiendo de esta premisa Carine Tardieu, en Los jóvenes amantes, narra una historia llena de romance y drama en la que, a través de pinceladas de comedia, demuestra comprender a la perfección la cadencia y el lenguaje del cine.
A lo largo de Los jóvenes amantes la directora despliega un abanico de imágenes llenas de ingenio. Sin pecar de exceso de artificios logra crear planos sencillos pero rebosantes de complejidad. De esta manera, empleando elementos cotidianos como el marco de una puerta, el reflejo de un cristal o los desniveles de la ciudad Tardieu crea numerosos reencuadres y fondos repletos de líneas y formas sutiles. Además, con intención de aportar significado y textura, opta, entre muchos otros recursos, por rodar algunas secuencias detrás de un cristal. Esto le permite capturar la acción detrás del vidrio y, a su vez, reflejar otra acción sobre el cristal. De esta forma, muestra dos sucesos al mismo tiempo en un solo plano.
Por otra parte, la dirección de arte, vestuario y localizaciones de Jean-Marc Tran Tan Ba e Isabelle Pannetier son auténticamente maestros. Gracias a su minuciosa atención a cada detalle cada plano mantiene un equilibrio y diseño de absoluta belleza. Así, aprovechando un tenaz juego de contraste hacen de los movimientos de cámara transiciones entre paletas de colores. Cuadros que inician en un rosa familiar habitado por jerséis de un gris cotidiano se convierten, mediante el desenfoque y un cambio de angulación, en un cielo azul con destellos anaranjados. Al mismo tiempo, se emplean las localizaciones y los decorados para expresar todo lo que el diálogo esconde. Son detalles en fotografías y objetos que revelan el mundo interior de cada personaje en un ejercicio de potenciación de la identidad visual compleja colmada de destreza.
La calidad de la cinta reside también en gran medida en el trabajo de Elin Kirschfink. Cada toma adquiere una enorme profundidad como consecuencia de su juego de luces. Como consecuencia, mediante la oposición de iluminaciones cálidas y frías la imagen gana varios términos sobre los que mover a los actores. Sin embargo, para esto no emplea únicamente la diferenciación partiendo de lo más lejano a lo más cercano a la cámara. En cambio, aprovecha todas las dimensiones posibles en el cuadro. De este modo, desarrolla una retahíla de luces contrastadas que se disponen de izquierda a derecha, de esquina a esquina, y todas las variantes posibles.