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Laura Sisteró en su ópera prima, ‘Tolyatti Adrift’, se pone a un lado para recuperar ese cine documental que tiene el propósito de relatar tejiendo redes entre pasado y presente
Ahora que se habla tanto de la guerra entre Ucrania y Rusia no viene mal recordar que las guerras las ordenan las élites de poder y que el resto, tanto los que combaten como los que quedan atrapados en ellas, son víctimas. La falta de oportunidades lleva a muchos jóvenes en Rusia a verse sometidos al ejército. Y cuando se ven alcanzados por guerras que no les incumben y los deshumanizan, la vuelta atrás es difícil. Devorados por una vida que no les ofrece salida, acaban triturados por el sistema. Por eso, en lugar de entrar en esa vorágine de inexplicable rusofobia que se ha desatado tras la invasión rusa de Ucrania, conviene explorar los orígenes de los hechos. No es que esta fuera la intención de Laura Sisteró en Tolyatti Adrift, su ópera prima. Pero el contexto actual sobrepasa la película descubriéndola de otra forma.
No nos llevemos a engaños. Sisteró, cuando se embarcó en Tolyatti Adrift hace ya unos años, no imaginaba que su película acabaría forzando lecturas que apuntan al conflicto armado entre Ucrania y Rusia. En este documento de realidad, magnánimo en su edición, de impecable factura, no se habla de guerra. Pero sí vemos que uno de los chavales protagonistas acaba, sin quererlo, sin poder evitarlo, alistado en el ejército. ¿Cuál sería su suerte? Es inevitable pensarlo. Esperamos entonces que las inquebrantables órdenes del poder no lo hayan deshumanizado. Pero sabemos que, ineludiblemente, será una víctima más de un Estado que abandona a sus hijos llevándolos al horror como retrató Svetlana Aleksiévich en Los muchachos de zinc. Fuera o dentro de Rusia la vida, ahora más, tiene que ser insoportable. ¿Cuántas generaciones se perderán? Y ¿quién quedará para contarlo si a los artistas rusos la comunidad internacional ya les está vetando?
Con una mirada desde fuera, no obstante, Sisteró construye en Tolyatti Adrift una película que tendría otra perspectiva, quizás más parca, desde dentro. Indispensable como documento que atraviesa el ideal socialista de bienestar y progreso para estamparlo contra la actualidad. Es el retrato de toda una generación representada por tres jóvenes que viven en Tolyatti, la ciudad más pobre de Rusia. Aquí viven y mueren. “Nacimos viejos y esperamos la juventud… al final, moriremos juntos”, dice la letra de Pasosh que cierra de forma decadentemente triunfal una cinta sobre la supervivencia y el arraigo en el desarraigo. Porque ante la desolación, la juventud encuentra cauces para la expresión, la evasión, la rebelión.
En una ciudad olvidada, antaño ejemplo de éxito socialista, los adolescentes han creado un movimiento, el Boyevaya Klassika que hace del drift arte. Con los viejos coches de sus abuelos, los Lada, salen a derrapar en el hielo y en el asfalto. Arriesgan su integridad física porque, a fin de cuentas, no tienen nada que perder. Por eso, no tienen miedo. Y por otra parte, ¿a quién le importa? Laura Sisteró, consciente de lo fútil de explicaciones al margen, se pone a un lado para contar la experiencia de la inmersión, a través de la cual la energía se propaga como una estrella fugaz en el cielo nocturno. Y así, en medio de la tragedia, de una tragedia silenciosa condenada a otra que todavía no se vislumbra mientras se filma, la embriaguez de un momento huidizo es lo único que cuenta.
Y entonces, en este relato de existencia —que no de mera subsistencia—, en la enajenación fortuita de escenas que, inesperadamente, son destellos, el cine de realidad encuentra un propósito. Sin engañar a la audiencia con artificios, imágenes alteradas o perturbadas por la intromisión del que hace, en lugar de dejar hacer. Con la única finalidad de acompañar a sus protagonistas en un coming of age imprevisible Sisteró recupera ese cine documental que tiene un propósito. El de relatar tejiendo redes entre pasado y presente. Puesto que entiende que la verdad tiene que dejar paso a verdades por descubrir indagando en el archivo y los archivos vivientes que representan las nuevas generaciones. El drift está hecho. Y el polvo que levanta nos obliga a sacudírnoslo. Por eso, sabemos que hemos estado ahí, acompañando a los protagonistas por este viaje hacia la imposibilidad de madurar.