Guillermo A. Búrdalo
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Basada en una historia real, ‘El triunfo’, de Emmanuel Courcol, propone una redención personal a través del mundo del teatro

El triunfo | StyleFeelFree
Imagen de la película El triunfo | StyleFeelFree

¿Haber hecho cosas malas te convierte en una mala persona? Esto es lo que plantea El triunfo, el segundo largometraje de Emmanuel Courcol que versa sobre la redención personal. Para ello, el guion, escrito por el propio director y Thierry de Carbonnières, toma como base un hecho real, proponiendo una comedia dramática. Protagonizada por Kad Merad, este interpreta a un actor parado que imparte un taller teatral en prisión donde conocerá a un peculiar grupo de reclusos. La dupla formada por el equipo técnico y creativo, al representar la trama se ocupa de una puesta en escena realista e interpretaciones profundas. Al igual que los personajes, la armonía se sucede según avanzan los hechos, siendo todo más pulcro. Del mismo modo que evolucionan los personajes, también lo hace el aspecto visual del filme.

En un principio, El Triunfo es una película que roza el aspecto documental en su vertiente técnica. El director usa la cámara en mano para mostrar el centro penitenciario y las vidas de los personajes. Sin embargo, a medida que la situación se calma, este opta por el estatismo, con intención de entregar la serenidad que reina entre el elenco. Junto a esto, el director de fotografía Yann Maritaud muestra de primeras unos planos más quemados. Pero cuando la relación de los protagonistas mejora, Maritaud decide que la luz pase de ser un foco cegador a uno que los ilumina. A través de estos factores, Emmanuel descubre el corazón del largometraje. Es de esta forma que enseña el teatro como medio para redimirse de los errores cometidos en el pasado.

Con una propuesta interesante, y sin caer en los clichés del cine carcelario, El triunfo se levanta como una comedia humilde sobre los errores. El guion de Courcol y Carbonnières muestra personajes grises, ni buenos ni malos, que se han equivocado y buscan rehacerse a sí mismos. En esto difiere a lo que ocurre en otras películas en las que los presos podrían ser buenos y los funcionarios villanos. Aquí no. En este caso, los reclusos aceptan la razón por la que están ahí, mientras que los guardias hacen su trabajo. Al dotar al filme de un aspecto documental, el realizador consigue centrar más la historia, lo que realza a los protagonistas. Y al final, el mensaje propupuesto es que todo el mundo ha cometido algún error y ha sido perdonado. Como resultado, Emmanuel Courcol enseña a través de su película como todos merecen una segunda oportunidad.
 

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