Pedro Navarro
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Karin Viard encarna en ‘Tokyo Shaking ’, de Olivier Peyon, a una madre forzada a elegir entre trabajo y familia al gestionar las consecuencias del mayor terremoto de la historia de Japón

Tokyo Shaking | StyleFeelFree
Imagen de la película Tokyo Shaking | StyleFeelFree

Durante el primer cuatrimestre de 2011, el mundo entero tuvo la vista puesta en los países árabes y en su primavera democrática. Es la época de las recesiones económicas posteriores a la crisis financiera de 2008. Poco después, en España, el malestar social eclosionó en el movimiento ciudadano del 15-M. Pero antes, entre medias, los telediarios comenzaron a abrir con un hecho ocurrido en el Pacífico. El 11 de marzo de 2011, Japón sufrió el terremoto más fuerte de su historia. Un seísmo que desencadenó un accidente nuclear, el de Fukushima, y que dejó a su paso más de 15.000 muertos y 3.000 desaparecidos. Una década después, la herida colectiva apenas comienza a sanar, como nos recordaba este mismo año El teléfono del viento de Nobuhiro Suwa.

En esta tragedia emplaza Olivier Peyon su última película, Tokyo Shaking. Lo hace con imágenes de archivo y desde las oficinas de un rascacielos. Allí trabaja Alexandra, una francesa experta en gestión de riesgos financieros que acaba de ser fichada por la sucursal de un banco galo en Japón. El terremoto la pilla justamente en su despacho, lidiando con un repentino recorte de personal. Lo que en principio no es más que otro movimiento sísmico, tal vez un poco más fuerte de lo normal, pronto adquiere una mayor dimensión. Se declara entonces el estado de emergencia en la central nuclear de Fukushima y comienza a reinar el caos. Un caos que viene, sin embargo, en slow motion. Gobierno y embajadas piden calma y actúan con precaución ante una población agitada. Mientras, las empresas tratan de salir de semejante situación con el mejor resultado posible. Neoliberalismo en estado puro.

De esta forma, el director coloca a su protagonista, interpretada por Karin Viard, en una olla a presión a punto de estallar. Una situación límite que le sirve para explorar los desafíos que enfrentan las mujeres al conciliar vida familiar y laboral mientras ocupan puestos de responsabilidad. En contraste con sus superiores, su personaje es el de una jefa responsable que cuida y se preocupa de sus empleados. Unas cualidades muy femeninas con las que justamente se gana el respeto y la lealtad de estos. Mientras los hombres abandonan el barco en plena tormenta, ella coge el timón y la proclaman capitán.

En paralelo, la gestión de la crisis también pone de relieve la distinta concepción de sociedad que hay entre occidente y oriente. Aquí prima el individuo, allí la colectividad. Sin embargo, no deja de ser una filosofía de grupo que se basa en el control. Los individuos no se mueven por empatía, sino por el qué dirán. Así, observancia y tradición familiar siguen subyugando a la mujer en Japón. O madre o trabajadora. Difícil es allí, una vez casada, poder conciliar.
 

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