Rosana G. Alonso
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En la trayectoria de Cristi Puiu ‘Malmkrog’ puede sobresalir como un documento virtuoso, no obstante, no hace concesiones a nada, y mucho menos a la audiencia

Malmkrog | StyleFeelFree
Imagen de la película Malmkrog | StyleFeelFree

Cristi Puiu, película tras película, desde La muerte del señor Lazarescu, ha ido tejiendo una enciclopedia de obras maestras que no han dejado de sorprender. Tiene además el honor de ser uno de los artífices de un nuevo cine rumano que ha servido a Europa para mirarse en él. La cinematografía del este no ha dejado de crecer en la última década y, precisamente, en la última edición del Festival de Cine de San Sebastián la Concha de Oro se la llevó una cineasta rumana, Alina Grigore. No obstante, a Malmkrog, la última película de Puiu, le falta tanto la espontaneidad de Aurora como la extraordinaria articulación argumental de Sieranevada. Aunque es una película de método, excelentemente diseñada, con un ángulo entrometido que sigue a los personajes de forma envidiable, se siente ardua. Son más de tres horas de duración que pesan el doble.

Pretendidamente austera, si bien se agradece que no se haya convertido en una pieza teatral sin adaptar al cine, posiblemente funcionaría mejor en el Teatro. Adaptación de Los tres diálogos y el relato del Anticristo del escritor ruso Vladímir Soloviov, su intensidad dialógica exige demasiada atención por parte del espectador. En un medio como el cine, una competición de esgrima verbal, definición extraída de uno de los contertulianos que participan en este filme, nos deja sin tregua. Una tregua para reflexionar, para extraer, para sacar conclusiones. Tampoco parece que sea la intención del rumano que se sabe con la autoridad para hacer una película arrogante, que no encuentra hueco en esa idea de contemporáneo de la que me gusta abusar, porque delimita el alcance de quiénes somos según las convenciones sociales. La palabra aquí no invita a un diálogo que se extienda más allá de la rígida composición de Malmkrog.

Sin concesiones a nada que no sea la obra en sí, la belleza de la imagen o la locuacidad de la palabra, la cinta se estanca sin un cometido, sin drama, sin apenas acción. Y sin embargo, en la trayectoria de Cristi Puiu puede sobresalir como un documento virtuoso, que se excede en ese virtuosismo al que se encadena. Reconocible en el impecable vestuario, quizás excesivamente intachable; las tomas que configuran cuadros y la rigurosidad de la puesta en escena.

Todo ocurre en una gran casa de campo en Transilvania, a finales del siglo XIX. Allí se reúnen varias personas de la aristocracia y la nobleza para debatir sobre temas inabarcables. La guerra, Dios, el hombre y el destino de la humanidad, la ciencia y el progreso, o la moral y la virtud. Nada baladí. Y al mismo tiempo, si lo trasladamos a nuestros días para intentar sonsacar algo que podamos aprovechar para entender la complejidad del hoy, no recuperaremos gran cosa. Extasiados como estamos ante tanta belleza. Aturdidos ante la fuerza arrolladora y devastadora de la palabra. Mi consejo: leer a Fiódor Dostoyevski. Siempre será más reconfortante.
 

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