Marta Pascual
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Bajo un prisma feminista, Pamela Tola logra transmitir, en ‘Damas de Hierro‘, la crueldad de los tabús de la vejez y la cómica liberación que conlleva desprenderse de ellos

Damas de hierro | StyleFeelFree
Imagen de la película Damas de hierro | StyleFeelFree

Inkeri, una mujer de setenta y cinco años, huye de casa tras golpear a su marido en la cabeza con una sartén. La directora, Pamela Tola, relata en Damas de Hierro el viaje que inicia junto a sus hermanas para recolectar pruebas y demostrar su inocencia. Con esta chocante premisa y prescindiendo de presentaciones previas empieza el filme. Este alterna entre el drama y la comedia para concebir dos tonos reconocibles y diferenciables, pero bien incorporados a cada una de las situaciones. La sutileza con la que se desliza entre ambos géneros se debe al hilarante humor negro de sus diálogos, construidos con inteligencia. Como resultado, destilan precisión en la creación de sus personajes. Así mismo, denotan empatía y respeto hacia temas tan delicados como la demencia o la violencia de género.

En la excursión por su pasado universitario, se abre ante Inkeri un camino que conduce a la libertad. Mientras que los pesados cimientos de años de sometimiento la retienen en su papel pasivo y miedoso, su fuerza y autodeterminación desvelan un ser maravilloso. La contradicción que nace en su corazón y la ternura con la que la afronta imposibilitan no enamorarse de ella. Por otro lado, sus leales hermanas resultan imprescindibles a la hora de armarse de valor y enfrentarse a sus demonios. Raili es mordaz en sus opiniones, cuya crueldad es un escudo ante al envejecimiento que tanto teme. En contraste, la mayor está encerrada en los impedimentos atribuidos a la demencia senil. Ambas representan el tema principal: la marginación de los octogenarios.

Damas de hierro no duda en hacer una descarada declaración de intenciones al romper las barreras de la vejez con pasión y sarcasmo. Los prejuicios respecto a la sexualidad o la independencia del colectivo se ponen sobre la mesa para abrir un debate que empieza con las protagonistas. En el proceso, la pieza es en ciertos momentos escatológica, pero no de modo gratuito, sino necesario para apoyar la reflexión del espectador. Al castrar el poder de decisión de una franja de edad también se enmudece la violencia ejercida contra otras minorías. La negación del erotismo de las mujeres mayores las silencia socialmente, y si se le suma la falta de autonomía se convierten en juguetes rotos. La autora plasma la doble invisibilización con elegancia para ahondar en la normalización de las relaciones de maltrato que perduran en algunos matrimonios longevos.

Pamela Tola es elegante y firme en su segundo largometraje a través de un retrato interpretado por Leena Uotila que rememora La campana de cristal. Al resucitar a la heroína de la novela y trasladarla a otra etapa existencial, sentencia la muerte en vida que condena a la tercera edad. Lo consigue mediante la conexión con la pubertad de las ancianas, la cual es una de las claves de su juvenil enfoque. El reencuentro con el rol activo del que se les ha desprovisto facilita desligarse de la frialdad de la caricaturización sin renunciar a su maduro sentido del humor. Así, el ímpetu de la joven cineasta nos anima a coger el mango de nuestras propias sartenes.
 

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