Rosana G. Alonso

Siguiéndole la pista a un personaje clave, ‘Salvador’, la película del colombiano César Heredia Cruz rememora el asalto al Palacio de Justicia de Bogotá, trazando un triángulo amoroso de impredecibles consecuencias

Salvador | StyleFeelFree
Imagen de la película Salvador | StyleFeelFree

El 6 de noviembre de 1985 un comando guerrillero del Movimiento M-19 asaltó el Palacio de Justicia de Bogotá, la capital de Colombia. El resultado se saldó con decenas de muertos y desaparecidos. Este hecho histórico, que rompió a Colombia por la mitad, se sitúa como telón de fondo de una posible historia de amor que choca de pleno con el acontecimiento. Ante este incidente, como comentó la artista colombiana Beatriz González, era necesario tomar partido. Ella explicó, en conversación con María Inés Rodríguez, con motivo de la exposición que pudimos ver en el Palacio de Velázquez del Museo Reina Sofía que desde lo ocurrido en el Palacio de Justicia “la obra de cualquier artista se había dividido en dos”. Con ello quería decir que “era necesario reaccionar”.

¿De qué forma reaccionamos ante el suceso que nos obliga a posicionarnos? Traicionando nuestra moral para sobrevivir, o lanzándonos a un vacío improbable en el que la causa más importante no somos nosotros mismos, sino nuestros sentimientos. En este dilema se sitúa la película Salvador de César Heredia Cruz, construyendo un paisaje de intimidades que dibujan un triángulo amoroso que saca a relucir lo peor de la condición humana. El estallido social provocado por el asalto al Palacio de Justicia de Bogotá es el revulsivo que provoca el desenlace. De esta forma, se atienden dos líneas argumentales improbables que se solucionan poniendo a cada cual en el lugar que le corresponde.

Lo más destacado de Salvador es el personaje que lleva su nombre. Sobre él recae todo el peso de una trama que evoluciona a su alrededor sin percatarse de su protagonismo, en las decisiones que adopta. Con un perfil muy próximo al del extraordinario Alfredo Castro en Post Mortem, el actor Héctor García sobrelleva a sus espaldas la pusilanimidad de un individuo corriente que sobrevive a costa de sus miserias personales. A su lado, la interpretación de Fabiana Medina desfallece porque evoluciona dando saltos inesperados. El tejido que crean conformando un triángulo amoroso junto a Edgar Durán Jr exalta, no obstante, una película que aborda de forma inaudita el hecho histórico, trayéndolo al frente. Lo íntimo y lo humano acaban teniendo aquí una dimensión sorprendente que explica las consecuencias, en los márgenes, del acontecimiento. Una decisión loable porque en un único trazo se atienden varios aspectos significadores siguiéndole la pista a un personaje clave, Salvador.
 

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