Rosana G. Alonso
Últimas entradas de Rosana G. Alonso (ver todo)

Minimizando lo narrativo, Tsai Ming-liang en ‘Rizi’ encuentra la esencia de su cine, un lugar introspectivo muy próximo al del chino Wang Bin

Rizi (Days) | StyleFeelFree
Imagen de la película Rizi (Days) | StyleFeelFree

Desde su primera película, el actor Lee Kang-sheng ha colaborado con Tsai Ming-liang en, prácticamente, toda su ya extensa producción. Pocas relaciones han sido tan fructíferas como esta. En Rizi, el último filme de Ming-liang, lo reconocemos inmediatamente. En la toma que abre esta cinta, lo observamos melancólico, casi inexpresivo, como si fuese un sujeto-objeto al que analizar. Los largos minutos que la cámara recoge su presencia nos llevan a pensar en una obra que registra un acontecimiento. La vida estancada o contemplada. Qué placer, por otra parte, cuando solo la enfermedad nos detiene en un mundo que no puede parar de producir. Y sin embargo, tememos que no avance, que su esencia experimental eluda la narración. No es el caso, Rizi responde a una esencia del realizador taiwanés premeditada. Sintetizando su filmografía, avanzando en sus decisiones, el relato se revela cuando es necesario que lo haga.

Rizi es un culmen en la carrera del autor de películas tan elocuentes como The Hole o Good Bye, Dragon Inn. En realidad es un avance lógico en su trayectoria que muestra que no se estanca, sino que sigue interesado en encontrar nuevos usos fílmicos. Aunque varios de sus títulos ya iban en este camino y los diálogos siempre han sido mínimos en su repertorio, su nueva obra sorprende. Los rótulos de apertura que advierten que el filme no tiene subtítulos deliberadamente, son en sí una declaración de intenciones. No era necesaria esta advertencia. No hay diálogo alguno. Pero la hace porque quiere dejar claro, supuestamente, que aunque no haya voz, existe un relato que precisa una lectura. Muy pronto quedamos eclipsados con esta historia sentimental y de soledad en esta película muda contemporánea. Un ensayo, una crónica cotidiana que se plantea de forma directa con mínimos movimientos de cámara.

Con un propósito también en parte documentalista, Rizi descubre modos de vida y estados de ánimo. Y desnuda —incluso literalmente— a Lee Kang-sheng que abandona su faceta de actor para mostrarse como una persona. Un ser humano con impedimentos para caminar que trata de encontrar un remedio a sus dolencias. Lo encuentra, en cierta forma, después de probar con varias soluciones, como una técnica de acupuntura que parece un ritual masoquista. Aunque su expresión no varía mucho, sí se establece una conexión muy humana en otro de los métodos que prueba para aliviar el dolor, físico, y en parte, emocional. En una habitación de hotel un joven le realiza un masaje con final feliz, aunque el espectador solo lo intuye. Ming-liang evita la mirada pornográfica. Por otra parte, al joven ya lo conocemos porque la cámara nos lo ha mostrado en su humilde apartamento. Ello permite que establezcamos ciertos vínculos.

Lo que pretende el taiwanés es acercarnos a un cine de mirada realista, muy próximo al de Wang Bin. Un cine-arte de larguísimas tomas que minimiza lo narrativo en su intención de crear un lazo emotivo. La cámara, en modo voyeur, no pretende en cambio la sensación, sino el registro. El registro de un pasaje de vida con pequeños momentos de alumbramiento. El culmen de la película está en el regalo que le hace Kang a su masajista. Una cajita de música que este recibe como si fuera su primer regalo. Se convierte así en el Rosebud de Ciudadano Kane, un objeto casi mágico que esconde algunas lecturas y un único mensaje. En la vida, si no entendemos el valor de las pequeñas cosas, no podemos apreciar la belleza de lo efímero. Tan simple.
 

Consulta los ESTRENOS DE LA CARTELERA DE CINE DEL 2021 con valoraciones de películas