Adrián Lavandera

Kelly Reichardt retrata el concepto de amistad contemporánea en ‘First Cow’ con el origen del capitalismo como contexto

First Cow | StyleFeelFree
Imagen de la película First Cow | StyleFeelFree

Una bso dulce, muy dulce, y unas manos recogiendo setas como si fueran flores en Oregón. La historia de unos amigos que roban leche de una vaca para cocinar, de la primera vaca que llegó a Estados Unidos, y de su amistad capitalista. Eso es First Cow, de Kelly Reichardt. Cine de verdad. Cine sensible. Cine que requiere de un ojo poético para entender que se está viendo un western emocional, sin tiros ni muerte. Cine inteligente, que narra desde un segundo plano el inicio de los valores de un país. Pero que centra su discurso en como se nutre una relación, sin dejar atrás ciertas dudas para los más intrépidos.

First Cow habla del encuentro de un cocinero que trabaja en una expedición de cazadores de pieles, y de un misterioso inmigrante chino. El cocinero posee la pasión del innovador. Quiere comer como él sabe y como le han enseñado, porque tiene talento y sabe hacer las cosas bien. Al inmigrante chino sin embargo, no le basta con alimentarse, y quiere prosperar. Se ve en las conversaciones de ambos, continuamente, como uno habla de futuro a pequeña escala, diciendo que comería un pastel o una tarta. Mientras el otro crea planes económicos de todo tipo, y casi prefiere sacar tajada antes que llenarse el estómago. Kelly Reichardt cuenta la historia de estos dos hombres, pero esconde más en ellos.

Anunciándonos la muerte de ambos desde el primer momento como símbolo dramático, la cinta no solo es algo bello, planteado sobre una relación bonita. Si la aparición de la vaca en States representa el nacimiento del capitalismo y del nuevo mundo, el apego entre el cocinero y el inmigrante debe representar otra cosa. Dejando a un lado la nacionalidad de ambos, y la metáfora de que representan a las dos grandes economías actuales, es el detalle de como se alimenta su amistad, el que envuelve la trama en material muy sutil. No es solo cine bonito, en cierto sentido. Existe un punto de tristeza que parte desde el primer momento de la película, compartido en el tono, que no se sabe muy bien cuál es, pero que no está utilizado solo por estética o marca propia del autor.

Esta vez, la historia de Kelly Reichardt emplea un tono triste, porque en el fondo, habla sobre el origen de un cariño basado en el interés y la necesidad. Los dos protagonistas están todo el rato pensando en economía. Su relación no tiene las bases de algo sencillo o infantil. Ellos son buscavidas, y no es malo, porque la cámara no juzga, como tampoco lo hace su guion. La amistad de ambos es como es, y no hay ningún problema porque sigue siendo muy bonita. Sin embargo, parece ser, que hay cierto apego a creer que esta intimidad creada no solo debe ser eso, y que también se debe aportar generosidad y desinterés para que algo funcione entre dos personas. Hay más en la película, e invisible. Hay una base sólida que da pie al origen del capitalismo. Y otra muy versátil, que invita a pensar en qué consisten las nuevas relaciones contemporáneas. Eso es genial.
 

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