Óscar M. Freire

Desde el trauma personal, Jon Viar psicoanaliza, en el documental ‘Traidores’, el conflicto vasco de ETA, proponiendo la única solución posible

Traidores | StyleFeelFree
Imagen de la película Traidores | StyleFeelFree

En 1968 la banda terrorista ETA asesinó por primera vez. El País Vasco sufría la represión franquista y el nacionalismo se consideraba un movimiento de resistencia. Han pasado muchos años desde entonces, muchas muertes, mucho terror, mucho dolor. Ahora que la sed de sangre se ha extinguido, las víctimas toman la palabra y la cámara para narrar el horror que vivieron. Pero entre todas las víctimas esta es una extraordinariamente singular, es el hijo de un traidor. Iñaki Viar y varios compañeros militaron en los inicios de lo que después sería ETA VI, la facción no militarista. Con presidio de por medio, estos héroes se convirtieron en enemigos por elevar sus voces y denunciar la violencia. De forma colectiva, sus testimonios se articulan en Traidores para explicar el conflicto vasco y en mayor medida, el impacto personal que tuvo sobre muchos y, en especial, en su director, Jon Viar.

Anunciando ya desde la primera secuencia una marcada motivación perspectitivista, la película introspecciona abiertamente los traumas juveniles del autor. Desde el yo hasta el todos, se psicoanalizan las profundas heridas de la sociedad euskalduna. Para ello, se establece una dialéctica entre la memoria de los testimonios actuales y las huellas del pasado recogidas en las imágenes televisivas de archivo y los cortometrajes caseros del incipiente autor. Por tanto, la película tiene como espina dorsal la resolución a través del diálogo, tesis impepinable de la defensa democrática. Y como vértebras auxiliares, el documental se apoya en la inteligente recreación de los escenarios protagonistas de antaño, una cárcel y la Bolsa de Bilbao. De manera esquiva además, unas breves y reiteradas alegorías sobre máscaras remarcan el motivo de la conversación. ¡Traidores! Así, se conjugan, no sin algún desliz residual, la Historia, con sus historias, con nuestra historia.

Y sin embargo, pese a todos estos valores, quizás el más destacable sea su vocación didáctica. No tanto en lo referente a la lucha armada, que también, sino en palabras a favor de la liberación personal y la responsabilidad individual. Serán muchos los que duden del carácter fascista de ETA, pero pocos los que nieguen el terror que generó. Encarar estos actos como lo que fueron, crímenes, es en boca de Viar “matar al padre”, al gran padre, el nacionalismo. Ni medias tintas, ni con arrugas. Poner fin a la violencia significa construir un discurso propio, ya sin las viejas deudas. Solo entonces, cuando la herida se halla cerrado y el perdón ejecutado, se podrá respirar en paz y gritar a corazón abierto que esta pesadilla es pasado.
 

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