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Himno de un Nou Cinema Queer que está escribiendo el presente ‘La amiga de mi amiga’, de Zaida Carmona, recurre al pop para mostrar la resaca después de la fiesta
Planteada como autoparodia La amiga de mi amiga parte de un supuesto que mira a la filmografía de Éric Rohmer. ¿Cómo sería la película del cineasta francés, El amigo de mi amiga, en un entorno lésbico y queer? La cuestión se resuelve con mucha desenvoltura y una atmósfera pop, liviana y festivo-dramática. Libre adaptación de la película del francés, las alusiones a su cinematografía son constantes. Los personajes se encuentran en un cine que está proyectando un ciclo de Rohmer. Conversan sin que sus líneas de diálogo se vean mediadas por un guion que desnaturaliza una espontaneidad no supeditada a una pretendida consistencia intelectual. La banalidad, como un rayo de luz, aspira a ser testigo de un mundo real de cuerpos que se aman, se buscan, se pierden. Todo tiene el brillo de un videoclip. Los escenarios, la ropa, la música. Y al mismo tiempo, este lenguaje corrobora la apariencia.
En modo autocrítico, la sagaz visión de Zaida Carmona no teme ser una imitación de bajo presupuesto. Hace del ensayo la prueba de que en el fondo lo vano, lo prosaico, lo intrascendente puede escenificar mejor que lo elevado —más en el gesto que en la manera de representarlo— nuestros estilos de vida en una urbanidad escenario del deseo insatisfecho. Ello viene a ser también la demostración fehaciente de que se puede versionar cualquier pieza de culto trastocando los condicionantes que el tiempo ha moldeado inevitablemente. Por eso, de un contexto heteronormativo Carmona elige otro queer que la representa, en el que cabe la idea de contemporáneo como eje que vehiculiza la transformación, la vida evolucionando y superando barreras. Pasa también de un lugar donde el deseo está en la diferencia a otro en el que está en la igualdad de compartir y colaborar.
Las protagonistas de La amiga de mi amiga juegan las unas con las otras explorando los afectos y los cuerpos. Y en ese devenir, en ese proceso repleto de ansiedad en el que las neurosis se perpetúan y que la película aborda con una energía contagiosa, ocurre algo portentoso. Tras esa banalidad deseada, de corte mumblecore, se esboza un retrato no tanto generacional como de época. Por eso, no es extraño que lo que aparentaba ser una comedia romántica juvenil cambie de tornas para dejar ver la resaca después de la fiesta. Es la resaca tras el último estadio de un capitalismo que ha afectado a cómo nos relacionamos, usándonos e hiriéndonos. A pesar de ello, como si todo fuese un tema pop, la cinta no pierde en ningún momento su compostura estética lo que la convierte en himno de un Nou Cinema Queer que está escribiendo el presente.