Rosana G. Alonso
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A pesar de que Nuevo orden ha suscitado a su paso duras críticas, lo que hace Michel Franco aquí no deja de ser una inapelable hoja de ruta, que busca los canales para la conciliación y la justicia social

Nuevo orden | StyleFeelFree
Imagen de la película Nuevo orden | StyleFeelFree

Michel Franco nos tiene acostumbrados a un cine de realidades que nos superan. Nuevo orden se presenta, en cambio, como una distopía. Parábola sobre una lucha de clases que estalla en un futuro cercano, el cineasta mexicano hace una advertencia en base a la actualidad. ¿La creciente polarización y precarización laboral, sumada al incremento de un deseo estanco, en una realidad virtual de por sí distópica, podría conducirnos a una revolución como la que evidencia en Nuevo orden? Hay signos, pero no pruebas. Quizás podrían faltar los lobbies. ¿Qué voluntad podrían tener los poderes de una revolución de los desclasados contra los privilegiados? ¿Podría ser, en todo caso, espontánea, sin intervención de estas potencias?

No parece que a Michel Franco le interesen estas cuestiones. Contempla esta posibilidad de revolución, no tanto para articular un debate sobre intenciones, sino sobre las dinámicas sociales y políticas en el hoy. El incremento de la pobreza y la brecha cada vez más grande entre ricos y pobres es un hecho. Por otra parte, la falta de oportunidades y las carencias materiales en un mundo que nos exhorta a ser felices consumiendo, es la cara menos amable del sistema social actual. Con este panorama, la brutalidad emerge, en realidad, de los procesos económicos. Y los Estados son funcionarios de las élites, cuando las mismas élites los mantienen en el poder. Sobre estas cuestiones, sí que descubrimos una aguda reflexión en Nuevo orden. Una película que funciona como espacio contestatario de representación de una violencia que nos recrimina, obligándonos a mirarla de frente.

Asimismo, observamos aquí cómo la rabia estalla en forma de una crueldad irracional que no pretende la complacencia del espectador, sino su repudia. En este sentido, nos incita a cuestionar el contrato social demandando cauces de entendimiento. Lo que hace el realizador de Las hijas de Abril es una hoja de ruta que busca los canales para la conciliación y la justicia social. No obstante, habrá quienes se preguntarán si es lícito cuestionar el estatus con tal exaltación de brutalidad. El mexicano se acerca mucho a otra propuesta reciente, Bacurau del brasileño Kleber Mendonça Filho. Una cinta que, igualmente, recurre a la distopía para señalar a una sociedad enferma que enfrenta a las clases en una lucha sin tregua. Ambas son películas que nos incitan a pensar hasta dónde hemos llegado, y qué podemos hacer para subvertir la tragedia anunciada.

Igualmente, cabe considerar que la historia de México, y esto si está muy latente en toda la cinematografía de Michel Franco desde Daniel y Ana, es una historia subrayada por la violencia. De hecho, esta ha servido, incluso, para la construcción tanto de la estética —como se puede ver en el uso recurrente de prácticas rituales que ponderan el combate— como de la ideología del Estado mexicano. Por ello, ¿se puede escribir su historia blanqueando la barbarie? No es que Franco legitime la violencia porque, además, no la embellece ni la convierte en espectáculo. Más bien, la violencia es el enunciado que sirve de vínculo entre la realidad y la ficción. Es la retórica que conecta directamente una sociedad violenta con una ficción que no la enmascara. En Nuevo orden lo que vemos es algo que nos asquea y que tiene que asquearnos. Para que tomemos conciencia de los riesgos no solo de las políticas que esgrimen los grupos de poder. También de cómo nosotros mismos las defendemos, con nuestra forma de proceder.
 

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