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No es que esté fuera de lugar, como película inaugural de Cannes 2023 que revive el Versalles dieciochesco ‘Jeanne Du Barry’ se siente adecuada, pero Maïwenn, aunque tiene claro qué poner de relieve, no lo hace con un sentido de lo contemporáneo
De un tiempo a esta parte se ha reordenado la historia, se ha reinterpretado porque era necesario. Hasta hace poco solo los ganadores habían contado su versión. Las perdedoras, en este caso las mujeres, no tenían voz. Para paliar esto, la última película de Maïwenn, Jeanne du Barry, se retrotrae al siglo XVIII para contar la crónica fallida de la cortesana favorita del rey Louis XV. Lo hace, además, con una locuaz voz en off masculina que cree comprender a Jeanne y espera que el espectador también lo haga a través de un relato que lo lleva de la mano. No se establece un uso del lenguaje cinematográfico que busque indagar sigilosamente en los pormenores de la historia o hurgar en las vísceras que puedan, al menos, regalarle un festín. Aunque sea poniéndole a prueba y deleitándolo con carnaza y pólvora como hacen algunos de los cineastas que mejor han sabido comprender la idea de contemporáneo. Sin ir más lejos, Ruben Östlund, presidente del jurado de esta edición de Cannes.
Si bien siempre es satisfactorio ver Versalles vivo, repleto de gente que vivifica su época más gloriosa, Jeanne du Barry carece del suficiente estímulo. Es posible que a la realizadora de la vigorosa Mon roi (Mi amor, en la distribución española), le perdiese la ambición de querer interpretar ella misma al personaje principal. Cuesta imaginarla como la cortesana del rey Louis XV. Se hace evidente que se divirtió interpretando el papel, pero su partner, un Johnny Depp al que podemos ver como rey-pirata con facilidad, se siente demasiado ajeno a la vida palacial, como si fuera lo que es. Un americano que tiene que infiltrarse en la Francia versallesca del XVIII para revivir una monarquía que empezaba a quedarse desfasada. No hay suficiente juego entre estas dos grandes figuras. Depp baila solo y es consustancial que Maïwenn no ha podido mediar mucho aquí como directora de actores.
Con todo, Jeanne du Barry, según se acerca al final, tiene momentos fulgurantes, muy épicos. El romance entre el rey y su amante, que no acababa de cuajar, se enciende a medida que la luz del monarca se apaga. Y la cámara, con tomas que alcanzan a escenificar la huida de Jeanne, con cierto heroísmo, logran lo que no habían conseguido hasta ahora. Hacer del relato una fábula que, a base de detalles, pone de relieve a la mujer a lo largo de la historia sometida a su cuerpo. Su cuerpo como único eslabón para ascender socialmente. El cuerpo prostituido que, al menos, escapa del espacio de confinamiento de la casa. Sin embargo, tendrá que pagar un precio muy alto. A los ojos de todo el mundo Jeanne es únicamente la puta del rey. Maïwenn, con brazo justiciero, busca darle dignidad y valor. Evidentemente lo consigue, pero a un precio muy alto.