Rosana G. Alonso
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Terrence Malick relata en ‘Vida oculta’ la historia de Franz Jägerstätter, el granjero austríaco que desafió a Hitler negándose a servir en su ejército

Vida oculta | StyleFeelFree
Imagen de Vida oculta | StyleFeelFree

Si la bestia es el mundo enloquecido ante la presencia de un falso mesías que arrasa todo a su alrededor. ¿Qué puede hacer el hombre? Someterse o revelarse. Adoptar una posición que lo coloque de un lado u otro. El mal aquí frente a la lucidez, a la solidaridad, a la empatía con sus semejantes. Cuando las masas no dudan en aliarse con el enemigo para no arriesgar la comodidad que este le ofrece, o la promesa de una vida mejor; ir en contra significa desafiar a la propia historia girando en sentido contrario al de la naturaleza.

La última película de Terrence Malick, Vida oculta, relata la biografía de Franz Jägerstätter, un granjero austríaco que, en 1943, cuando es finalmente llamado para combatir en la II Guerra Mundial, se niega a jurar lealtad a Hitler y a servir en el ejército alemán. Es consciente de las consecuencias de sus actos y se enfrenta a ellas como un mártir que prefiere morir antes que traicionar su sentido de responsabilidad personal, oponiéndose con férrea voluntad a hacer algo que considera que está mal.

Con ángulos amplísimos que distorsionan los bordes exteriores del marco, Malick junto a su director de fotografía, Jörg Widmer, consigue dar un punto de vista excepcional a este relato. Así, el ojo de pez utilizado, que transforma los hermosos paisajes de los Alpes austríacos ofreciéndonos una experiencia de deleite y al mismo tiempo opresiva, se convierte en una opción que facilita una lectura pertinente. Como espectadores tenemos la sensación de contemplar, ya desde las primeras escenas, una señal incierta que amenaza la abrumadora belleza que vemos ante nuestros ojos. Tal parece que la intención es la de recrear la lucha del hombre frente a la bestia que pretende destruir el hábitat natural.

Ante este escenario, en el que no parece que hay escapatoria posible, el realizador de La delgada línea roja se obstina, una vez más, en hacer una película que transciende la palabra, a partir de la imagen, para responder a una verdad. Cuando pensábamos que Malick no volvería a reponerse tras El árbol de la vida, emerge de su pasividad y mórbida enajenación con una de las películas más asombrosas de los últimos años. Un retrato antibelicista que recupera la fe en la humanidad y que cuenta con unas interpretaciones prodigiosas y realistas que nos hacen sumergirnos de lleno en la historia, olvidándonos de sus tres horas de duración.

La presencia de Valerie Pachner como una campesina curtida en la vida y el dolor es sencillamente abrumadora. La declaración de amor que escenifica junto a su compañero de reparto, August Diehl, tiene algunas de las escenas más emotivas e imponentes de la historia del cine. Me sorprende, por ello mismo, que Vida oculta haya pasado relativamente de puntillas por certámenes y premios. Es posible que las películas que señalan la fe religiosa como un punto determinante de la trama, levanten ciertas sospechas o no acaben de convencer a todos los públicos. Sin embargo, el enfoque aquí es extraordinario y lejos de atribuirle a ningún credo la hazaña personal de Franz Jägerstätter, nos encontramos con el hombre consciente de la importancia de los pequeños gestos, que buscan ordenar el caos poniendo luz en la oscuridad de los días. Vida oculta emerge como un haz de luz en una noche continua.
 

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