Lo que arde | Profecía apocalíptica 

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Rosana G. Alonso

Alma mater de SFF. Librepensadora observando las dinámicas sociales y culturales desde una perspectiva feminista que se abre a lxs otrxs

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Oliver Laxe en su último trabajo, ‘Lo que arde’, vuelve a dar señas de un cine esencial que trasciende su propia narrativa

Después de la espléndida Mimosas y tras pasar victoriosa por Cannes donde se llevó el Premio del Jurado de Una Cierta Mirada, Lo que arde llega como una promesa. De que el cine puede, o más bien debe, trascender su propia narrativa. Captar lo intangible. Capturar una realidad excedida por la propia inmaterialidad de la vida, escapándose de una razón indiscutible. Un cine que corre tras un invisible que supera la intención del que idea un proyecto. Todo esto, evidentemente, no es algo que pueda hacerse con un análisis meticuloso, sino dejándose sobrepasar por lo previsto. Inevitable camino cuando la obra rebasa al que la realiza en una exposición de incertidumbres reflexivas.

Más fervientemente que en su anterior trabajo aunque con una trama elemental, Oliver Laxe en Lo que arde, evita las preguntas. De igual forma, evita dar respuestas. Prefiere dejarse absorber por el misterio de la vida y del cine haciéndose, resolviéndose en una encrucijada que invita a meditar y mirar. Hay escenas sublimes que se acercan al Terrence Malick más contemplativo, intentando resolver el misterio de la vida. Como la que descubre un asombroso cielo pusilánime que no quiere amanecer, tras un incendio devorador que pone la mirada en el personaje principal. Amador. Taciturno, esquivo, inquietante y lacónico, pareciera sacado de un casting de Kaurismäki. Regresa a la casa materna tras una estancia en la cárcel cumpliendo una condena por provocar un incendio. Todo apunta nuevamente a él. Pero ese no es el criterio de Laxe que mantiene una mirada de cirujano, con alma de poeta, que busca comprender lo impenetrable.

El cine de Oliver Laxe aquí acompañado, como acostumbra, por el ojo fotográfico de Mauro Herce, es un cine que no obstante no se pierde en lo contemplativo. La naturaleza y los personajes se funden en un solo plano donde lo real adquiere un compromiso con lo formal, alejándose de una mirada puramente documental. Los afligidos y exuberantes paisajes de una Galicia recóndita que también desentrañó Xacio Baño en Trote, se mezclan con los rostros gastados de Amador y su madre, Benedicta, una mujer en los márgenes que acaba descubriéndose como central. Presencia que llena vacíos. Visible en como reconoce la fragilidad de su hijo, alguien a quien cuidar y proteger.

Lo que arde se manifiesta así como una película de películas. Cada personaje, cada paraje y cada idea abstracta, extraída de realidades fehacientes de la actualidad más inmediata, componen diferentes retratos que no buscan completar una figura, sino superar sus planteamientos previos. El fuego se desenvuelve de esta manera como un elemento icónico que se convierte en profecía, evocando lo sagrado en una obra plástica, moldeable, irreductible. Sin embargo, el desarrollo del relato, y mucho menos, la lectura principal, no es sinuosa. El abandono del campo, las viciosas políticas forestales, la soledad y el desarraigo son los pilares que sujetan una cinta admirable en su conjunto, que no obstante queda extasiada por la maestría alegórica de Mimosas.

Tráiler de Lo que arde | StyleFeelFree Youtube