Rosana G. Alonso
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La retrospectiva que sobre Bruce Conner puede verse en el Museo Reina Sofía nos invita a un viaje que nos descubre un proceso hacia la individuación, pasando por el subconsciente colectivo de los EEUU de la segunda mitad del siglo XX

Exposición Bruce Conner en Museo Reina Sofia | StyleFeelFree
Obra Psychedelicatessen Owner (Propietario de psiquedelicatessen, 31/03/1990 de © Bruce Conner | Foto: Y.Yu para © StyleFeelFree

Carl Gustav Jung, considerado uno de los fundadores del psicoanálisis moderno, discurrió que el inconsciente colectivo, término que él mismo acuñó, estaba custodiado por los arquetipos. De entre estos, reflexionó largo y tendido sobre cuatro fundamentales. Por un lado, el de sí-mismo, arquetipo representado simbólicamente por el mandala y que según formuló, opera dentro del inconsciente colectivo expresando tanto lo consciente como lo inconsciente que constituye, en conjunto, la totalidad del ser humano, en la interacción de dimensiones opuestas ejemplificadas en el yin y el yang. Este arquetipo lo completó con otros tres esenciales para entender la personalidad: el de Persona, Sombra  y Alma. Con respecto al de Persona, se refería a este teniendo en cuenta el significado original del término. Así, lo concebía como la máscara que antiguamente llevaba el actor y que indicaba el papel que desempeñaba. Trasladado a la actualidad, vendría a significar la imagen pública mostrada a través de otra máscara, la social. Pero quizás más interesante para entender el comportamiento humano, sea el arquetipo de Sombra. Según su concepción, este evidencia el inconsciente personal formulado por el material psicológico que siendo negado o reprimido por el individuo, acaba conformándose en forma de prejuicios, debilidades, tabús o secretos. Para concluir este sumario por algunos de los arquetipos principales de su deducción psicológica, el arquetipo de Alma configuraría nuestra intimidad más profunda, aunque Jung, al referirse a alma, hacía una diferencia entre animus y anima un tanto difusa.

Bruce Conner en clave junguiana: el inconsciente colectivo

No necesariamente en el orden presentado, pero la obra de Bruce Conner (Kansas, 1933 – California, 2008) que ahora tiene lugar en el Museo Reina Sofía, después de haber pasado por el MoMA de Nueva York y el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) se puede leer claramente en clave junguiana, si bien, desconozco si Conner conocía la obra de Carl Gustav Jung. Aunque de conocerla, tampoco tengo constancia de que le hubiese influido, salvo porque es posible revisitar su trabajo siguiendo algunos de los operantes de la dialéctica de Jung.

De hecho, desde sus ensamblajes [assemblages en su acepción inglesa], las primeras obras de éxito de Bruce Conner, ya se puede hacer una lectura que atiende a un cúmulo de experiencias que abrazan ese inconsciente colectivo al que aludía Jung que en resumen, componían la identidad norteamericana en torno al consumo desenfrenado, que estaba comenzando a despegar en los años cincuenta del pasado siglo. Aquí, como en su primer ensamblaje denominado Ratbastard  (1958), hay cúmulos del exceso y el descontrol. La pieza, como muchas de las que compuso por esta época, a finales de los  cincuenta y primeros sesenta, con un marcado aspecto folclórico e híbrido, estaba cubierta por una media de nailon hecha jirones a través de la cual lo que podía verse o intuirse, no eran más que desechos, incluso de su propio trabajo, así como de la sociedad. Desechos convertidos en un fetiche de culto listo para trasportar.

Sin embargo y a pesar del éxito cosechado a mediados de los sesenta con estos ensamblajes, término que empezó a utilizarse para el arte realizado con objetos encontrados, por lo que en un primer momento se habló de Junk Art [Arte basura], por esta misma época Bruce Conner comenzó a embarcarse en nuevos proyectos, cansado de la euforia que despertó en los sesenta el arte del ensamblaje con figuras absolutas como Robert Rauschenberg, al que ahora se le dedica una exposición en la Tate Modern londinense que viajará posteriormente al MoMA y al SFMOMA, uno de los máximos exponentes de esta categorización al que le siguen, además de Conner, el cual pronto abandonó esta tendencia desencantado con “el business del arte”, otros artistas como Arman, César Baldaccini, John Chamberlain o Jean Tinguely. Un grupúsculo de creadores con un posicionamiento más específicamente Pop, que ofrecían una obra menos mancillada que la planteada por el artista de la Costa Oeste. Bruce Conner proponía un arte que reflexionaba sobre lo cultural y lo social, enraizado como estaba su labor artística en las raíces de un EEUU febril en su aspiración por liderar todos los mercados, incluido el armamentístico y el nuclear. De ahí la fascinación y terror que al mismo tiempo le produjeron las primeras imágenes que pudo contemplar de la bomba atómica, que le sirvió de inspiración para varios trabajos como Mushroom Cloud, Bombhead  o la película Crossroads  con música compuesta por Terry Riley y Patrick Gleeson.

Las sombras de Conner

Bruce Conner en Museo Reina Sofía | StyleFeelFree
Obra: Child  (Hijo, 1959) de © Bruce Conner | Foto: © Museo Reina Sofía

Además de los ensamblajes y por supuesto, de la enorme contribución que Conner realizó al cine experimental, faceta que es la más conocida del artista, si hay una serie de obras que muestra la cara b, las sombras de la sociedad norteamericana, son las que realizó con cera negra a partir de 1959. Un conjunto de piezas escultóricas que también se clasificaron como ensamblajes, aunque se evidencian otros signos que más adelante darían lugar a que se las considerase únicamente como esculturas oscuras. De entre estas destaca Child, una sobrecogedora pieza que realizó en respuesta a la ejecución de un hombre de los Ángeles condenado por violación, robo y secuestro. El convicto era, si indagamos en el contenido que le atribuyó Conner, hijo de una sociedad depravada que daba la espalda a los suyos, cuando el veneno administrado por la misma sociedad, en forma de símbolos nefastos para el crecimiento individual, era asimismo inyectado por los receptores de estos símbolos de forma física, haciendo un daño irreparable que no tenía más culpable que la inoperancia educativa y política. Es por ello que este trabajo representa a un niño-hombre-cadáver en una trona que se convierte en una silla eléctrica, ante los ojos expectantes que descubren una expresión facial aterradora. Una magnífica locución del horror social que permite una doble lectura al no condenar el vicio, sino simbolizarlo exhibiéndolo como si se tratase de un freak de barraca de feria. Gracias a ella, el artista consiguió la atención de influyentes personalidades del mundo del arte, como el conservador del MoMA Peter Selz, que posteriormente intermediaría para que se incluyera alguna pieza de Conner en la exposición que dio nombre al arte realizado con objetos encontrados, The Art of assemblage, una muestra que en 1961 coronaría a los artistas que estaban investigando en esta dirección.

De todas formas, las sombras no acaban aquí, están inherentes en las obras collages de Bruce Conner como Looking Glass  (1964) que muestra la violencia sexual que en los años cincuenta, cuando Playboy comenzó su andadura, quedó manifiesta con la exhibición de la mujer como un mero objeto del deseo, un juguete para hombres que mantenían el control de una sociedad que les otorgaba el poder de construir y destruir; de apropiarse de lo que les producía satisfacción inmediata para luego desposeerlo; de acumular y despilfarrar, sin importar las consecuencias de sus actos. En esta dialéctica entró de lleno Conner dando una nueva vida a objetos que la sociedad había desestimado, poniéndolos nuevamente en circulación, como devolviéndoles su significado real, pero sin ser sometidos a un examen que sí realizaría el observador, mostrando con este escrutinio, sus propias sombras que permanecían ocultas tras máscaras, tras apariencias que no dejaban ver los intereses, propósitos reales o verdadera naturaleza de ese receptor.

La persona como identidad construida

A mediados de los sesenta, como ya apuntaba, Bruce Conner entró en una crisis de identidad ocasionada por una fama que lo dejó exhausto y que se gestó a partir de varias exposiciones individuales que entre 1964 y 1965 dieron a sus ensamblajes una gran notoriedad, especialmente tras el paso de estos por la Galerie J de París donde vendió trece obras a diferentes coleccionistas de prestigio, lo que supondría que su nombre fuese conocido no solo en EEUU, sino también en Europa. A partir de entonces, empezó a evitar lo tendencioso. Con esta firme determinación de no continuar en un juego que le haría más rico y famoso, se volcó en el dibujo, la fotografía de la escena punk de los años setenta, a través de su colaboración con el fanzine punk Search and Destroy, su incursión en el audiovisual de experimentación o el collage con grabados o ilustraciones encontradas, rehuyendo las redes comerciales que en definitiva, exportaban también sus máscaras, si bien tampoco pudo evitar llegar a ser uno de los cineastas experimentales más afamados de la época, en determinados circuitos entre los que se movían los Beatles y los Rolling Stones entre otros.

Comenzó a partir de aquí una búsqueda incansable de su yo. ¿Quién soy? Y también ¿Por qué tengo que obedecer las reglas que yo no he formulado, de un juego que yo he creado? Al respecto de este último interrogante creó una obra denominada Touch  que incitaba a tocar lo que no podía tocarse. Touch  estaba en el contexto de una instalación que nunca llegó a realizarse, integrada por trece paneles, doce de los cuales estaban creados por el artista John Pearson en los que se leía Do not Touch. El decimotercero, realizado por el propio Conner, que se expuso de forma independiente al resto, incitaba por el contrario a tocar con una explícita exhortación, Touch. En cambio la acción quedaba impedida por un cristal que frustraba cualquier intento de tocar el objeto en cuestión. Esta idea se le ocurrió como respuesta a una pintura suya expuesta en el actual SFMOMA que estaba acompañada por un cartel que decía Do not touch. El recelo que a menudo le inspiraban las instituciones a Bruce Conner, estaba motivado porque estas le impedían, en muchos casos, convertir sus obras en eventos, o transformarlas adecuándose a un tiempo que exigía su transformación, mientras, además, era un gran entusiasta de la performance y el movimiento, como se evidencia en sus películas.

No obstante, la crisis de identidad que se manifestó por estas fechas, desde mediados de los sesenta, fue fructífera en la búsqueda de significados que partían de su yo, de su identidad personal como forma de lucha interna y externa contra su imagen artística, ya que empezó a ser consciente de que la identidad construida y dominada ahora, como bien sabemos, por las plataformas sociales en red, era un instrumento de poder que permitía controlar a los individuos. Con la característica ironía que acechaba todo su hacer, entre otras estrategias que estableció para participar de su identidad fragmentándola, estuvo la de la fabricación y distribución en serie de unas chapas en las que se podía leer Soy Bruce Conner  y otras en las que estaba escrito No soy Bruce Conner. Por la misma razón, comenzó a firmar con nombres distintos y a indagar sobre la existencia de otros Bruce Conner, reales, que poco podían tener en común con él, salvo el nombre. En todo este afán por encontrarse, se evidenciaba el interés por temas en los que llevaba tiempo implicado: la muerte, la reencarnación y un profundo sentir espiritual.

La búsqueda del alma

“La lámpara del cuerpo es el ojo; por eso si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Cuida, pues, que tu luz no tenga parte de tinieblas, porque si todo tu cuerpo es luminoso, sin parte alguna tenebrosa, todo él resplandecerá como cuando la lámpara ilumina con vivo resplandor… pues nada hay oculto que no haya de descubrirse, y nada escondido que no llegue a saberse”

Versículo del Nuevo Testamento al que Bruce Conner recurrió en varias ocasiones, una de ellas, cuando en uno de sus eventos, presentó su candidatura a la Junta de Supervisores de San Francisco

Hay otro rasgo característico del quehacer creativo de Bruce Conner que en especial se advierte a partir de los años setenta y continúa sobremanera en las décadas posteriores. Sobre todo en sus collages con grabados e ilustraciones encontradas, y sus dibujos con manchas de tinta, se advierte claramente como a pesar de las dudas lógicas que le suponía su propia identidad, y las sombras que exploró penetrando tanto en la psique individual como colectiva, había una imparable necesidad de abrazar una eternidad no física, que trascendiera la realidad presente que a menudo también trató de alcanzar con el consumo de drogas, en un período histórico en el que su empleo fue muy popular entre los seguidores de los movimientos contraculturales de los sesenta y setenta, como los liderados por los hippies y los beatniks que tuvieron gran auge en San Francisco, donde Conner pasó la mayor parte de su vida artística, suspendida por un lapsus de tiempo en Ciudad de México, lugar que le favoreció para crear una de sus obras más emblemáticas Partition (División, 1961-1963). El uso de mandalas y los motivos estelares en algunos dibujos, así como su serie de fotogramas titulado Angels, en colaboración con el fotógrafo Edmund Shea, son una prueba fehaciente de esta búsqueda espiritual. Bruce Conner no dejó de buscar la paz en un mundo esquizofrénico que abandonó hace prácticamente una década, en 2008, tras una larga enfermedad que afectó a su hígado, dejando un legado que visto desde la actualidad, nos descubre a un artista íntegro que exploró técnicas y vislumbró ya en los años cincuenta, la escena underground de los setenta en la que se revolcó como si hubiese encontrado su cuna. La obra de Bruce Conner, fue y sigue siendo reveladora de todas las crisis existenciales. De ahí que la mirada de Jung en ella, sea un modo de penetrar en lo desconocido de un yo olvidado por una colectividad enloquecida, que solo reconoce los indicios de su tiempo, en lo que evidentemente es digno de elogio y aplaudido por aduladores en masa de peligrosos Narcisos.
 

Looking Glass | Ensamblaje - assemblage | Museo Reina Sofia | StyleFeelFree

Obra: Looking Glass  (Espejo, 1964) de © Bruce Conner | Foto: Y.Yu para © StyleFeelFree

Exposición Bruce Conner en Museo Reina Sofia | StyleFeelFree

De la serie Angels  (Ángeles, 1974-1975) de © Bruce Conner y Edmund Shea | Foto: Y.Yu para © StyleFeelFree

Video de la exposición Bruce Conner. Es todo cierto | Cortesía del Museo Reina Sofía | StyleFeelFree

DATOS DE INTERÉS
Título: Bruce Conner. Es todo cierto
Artista: Bruce Conner
Comisariado: Rudolf Frieling, Gary Garrels, Stuart Comer, Laura Hoptman, Rachel Federman
Lugar: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid)
Fechas: 21 de febrero de 2017 – 22 de mayo de 2017