Rosana G. Alonso
Últimas entradas de Rosana G. Alonso (ver todo)

La Fundación Mapfre dedica una retrospectiva al fotógrafo y documentalista Ed van der Elsken, un anti-artista que se adelantó al tiempo presente, dejándonos instantáneas que son como flechazos

Ed van der Elsken | tyleFeelFree
Obra: Un vitrier (cristalero), París, 1951 de © Ed van der Elsken | Foto: © StyleFeelFree

Quien no es capaz de experimentar el dolor intrínseco a la misma vida y sus derrotas inherentes a ciertos estados del ser y del estar, tampoco reconocerá sus momentos más álgidos, esos que se presentan en forma de efervescentes burbujas, cuando se reconoce en el instante, el instante preciso del flechazo. Ser fotógrafo, fotógrafo de lo vital al menos, exige ese talante, esa sensibilidad. Ed van der Elsken (1925-1990. Paises Bajos) experimentó los bajos y los altos, los graves y los agudos, que no solo compusieron su fotolibro dedicado al jazz. Sus inicios, primero en su Ámsterdam natal luego en París, están apegados a los márgenes sociales donde celebrar la subsistencia pendiente de un hilo. Evidente, sobre todo en París donde ese gusto inicial por cierta decadencia con aire glam se materializó. En la ciudad de la luz celebrará la nueva década que comenzaba. 1950. Sus imágenes recogidas en Una historia de amor en Saint-Germain-des-Prés y después en ¡París! Fotografías 1950-1954 son testimonio directo de una época tan eufórica como deprimente y salvaje, de una desesperación que no roza la tragedia cuando el orgullo se advierte más poderoso que la tentativa de alienarse.

Ata Kandó, sus tres hijos y el fotógrafo visto en el espejo | StyleFeelFree
Obra: Ata Kandó, sus tres hijos y el fotógrafo visto en el espejo, Sèvres, 1954 de © Ed van der Elsken | Foto: © StyleFeelFree

Apunta con su Rollecoird a los vagabundos, a amantes que no tienen más riqueza que el amor, a manifestantes, trabajadores y bohemios callejeros. También a sus amigos de Saint-Germain-des-Prés con quienes recrear un mundo a su medida para escapar de la asfixiante realidad que daría lugar a una fotografía subjetiva a la que añadiría lo que identificó como “elementos ficcionales idealizados”, que Hripsimé Visser, comisaria de la exposición que ahora le dedica la Fundación Mapfre en su sala de Bárbara de Braganza reconoce en “una postura que está a medio camino entre el documento y la ficción”, muy presente en las fábulas fotográficas que el holandés concebiría junto a su primera esposa, la fotógrafa Ata Kandó y los hijos de esta. Como ejemplo, la elocuente Ata Kandó, sus tres hijos y el fotógrafo visto en el espejo de 1954. Parece anunciar el guion de una película de Tim Burton. Por eso no extraña que en adelante Ed van der Elsken se viese tentado por la imagen en movimiento que lo llevó a ser un cineasta amateur en el mundo de la televisión. El cine y la fotografía a fin de cuentas tenían la misma función. Narrar la vida. Un momento. Aquel en el que de improviso el ojo encuentra lo que busca. Un soplo de vida enamorado. Fotografías que incluso estáticas nos remiten al cine. Desde Vivir su vida (Vivre sa vie) o Banda aparte (Bande à part) de Jean Luc Godard al Chungking Express de Wong Kar Wai en blanco y negro.

Visionario de nuestro presente

Ed van der Elsken fue, sin duda alguna, un fotógrafo que se adelantó a su tiempo. O al menos se adelantó a la mirada europea que desde 1950 se mantuvo ajena a una revisión de lo moderno encabezada por EEUU, ansioso por describir el mundo que venía, el de la popularidad y el exceso, pero también el de lo excepcional de lo marginal. Más cercano a fotógrafos de pura realidad como Weegee que a sus predecesores europeos, fue el primer instagramer cuando no existía internet. Coleccionó a los suyos y a sí mismo (grabando sus momentos más íntimos) en una biblioteca que es un egodocumento que explica el sentido de una realidad en la que todos estamos tentados a tener nuestro propio álbum de experiencias colgado en la red. Mientras al otro lado del Atlántico Andy Warhol y sus adeptos de The Factory comenzaban a sentar las bases del pop, Ed van der Elsken llevó a la práctica el concepto por todo el mundo. De Ámsterdam a París y de aquí a África, Malaca, Singapur, islas Filipinas, Hong Kong, Japón, San Francisco, Mexico y Nueva York. Cualquiera merecía su instante de gloria. En realidad, no exactamente cualquiera. Aquellos que le ayudaban a construir su propio itinerario personal, unido inexorablemente a la de otros. “Buscaba en otras personas, en los muchos países que visitó, las cualidades que se atribuía a sí mismo, con las que se identificaba”, aclara Visser. Entonces sí, fotografiar se convertía en un acto de amor. O como explica la fotógrafa Nan Goldin que se reconoce en el trabajo de Elsken, el fotógrafo es el amante. “Al igual que Ed, yo también me introducía en las fotografías como el amante… La fotografía como sublimación del sexo, como una forma de seducción y de seguir siendo una parte crucial de sus vidas. La oportunidad de tocar a alguien con una cámara en vez de hacerlo físicamente. Es esta noción de estar obsesionada con alguien y convertirlo en icónico mediante las fotografías lo que más me atraía del trabajo de Ed”.
 

 Ed van der Elsken | StyleFeelFree
Obra: Momento de ternura en Ginza, Tokio, 1981 de © Ed van der Elsken | Foto: © StyleFeelFree

La historia de amor de Ed van der Elsken acabó inesperadamente y de forma trágica pero heroica. En 1989 fue diagnosticado de cáncer terminal pero en lugar de aparcar su cámara siguió mostrando su trayectoria vital, documentando el proceso de su enfermedad, hasta poco antes de fallecer en 1990. Al fin y al cabo su obra artística era la historia de su vida, la cual, en su última etapa, la consagró a Japón. En total, más de cuatro décadas de trabajo que nos regalan segundos de acción memorable. Cuando reconoce en un gesto a un igual. Cuando se deja sorprender por extraños rituales como en África, que le llevaron a editar su fotolibro Bagara. Cuando capta la energía de un momento. Cuando entabla un diálogo espontáneo con un desconocido al que seducido, seduce… Sus imágenes siempre estuvieron enamoradas. Incluso en el dolor supo reconocer la propia existencia sonriendo a la oportunidad de contar lo que importa. Ese instante en el que estoy. Aquí. Ahora. Y fluyo.

Su legado es inabarcable. Prueba de ello es que artistas como Wolfang Tillmans, Larry Clark, Juergen Teller, Stacy Kranitz, Corinne Day y la mencionada Nan Goldin, por nombrar los primeros nombres que seguramente nos vendrán a la mente, son herederos directos de su filosofía apegada a lo cotidiano rebosante de sensualidad. Para él, según anotó, “rodar, fotografiar, hablar, pensar, hacer, vivir, y la realidad, no eran cosas distintas”. En el mundo actual esta declaración es más comprensible de lo que hubiese imaginado. Las fronteras entre lo personal y lo público nunca estuvieron más difusas. Hay una búsqueda continua de alcanzar la imagen que enamore en la multitud de selfies que nos abordan. Pero la imagen enamorada solo puede captarla un ojo enamorado de la vida y de sus gentes. Como Ed van der Elsken.
 

Nieuwe Kerkstraat, Ámsterdam, 1958 | StyleFeelFree

Obra: Nieuwe Kerkstraat, Ámsterdam, 1958 de © Ed van der Elsken | Foto: © StyleFeelFree

Ed van der Elsken | StyleFeelFree

Obra: Dependienta en Studio Alta, los grandes almacenes de moda joven en la estación de Shinjuku de Tokio, 1987 de © Ed van der Elsken | Foto: © StyleFeelFree

DATOS DE INTERÉS
Título: Ed van der Elsken
Artista: Ed van der Elsken
Comisariado: Hripsimé Visser, conservadora de fotografía del Stedelijk Museum de Ámsterdam
Lugar: sala Bárbara de Braganza, 13 (Fundación Mapfre
Fechas: del 25 de enero al 20 de mayo de 2018
Horario: lunes de 14 a 20 horas / Martes a sábado de 10 a 20 horas / Domingos y fetivos de 11 a 19 horas
Actividades: visitas guiadas de lunes a jueves de 17. 30 a 18.30 horas (precio 5€)
Precio [entrada a exposición]: 3€ por persona (reducida: 2€). Gratuita: todos los lunes no festivos de 14 a 20 horas