Rosana G. Alonso
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De extraordinaria narrativa que conjuga la conciencia social y política en un arrollador metraje repleto de lirismo, ‘The Red Suitcase’ atrapa desde el principio por su elocuente uso del suspense

The Red Suitcase | Jaffna Cinema Festival | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película The Red Suitcase | StyleFeelFree. SFF magazine

“A veces, no tener suerte también puede ser tener suerte”. Lo que esconde esta frase, solo perceptible en el desenlace, es tan desgarrador que The Red Suitcase deja un poso difícil de eludir. La película, dirigida por Fidel Devkota, que tuvo su premiere en la sección Orizzonti del pasado Festival de Venecia, es un aciago relato, pero no efectista, que atrapa desde el principio. Por su envolvente atmósfera de misterio que puede encontrar ciertas analogías con el cine de Jonathan Glazer. Sin embargo, en su tratamiento visual está más en consonancia con la mirada intimista y el placer por lo cotidiano que han sido sello de los japoneses Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi. La obsesión por el encuadre y un elaborado montaje que conjuga distintos planos de realidad y fantasía, sin que apenas se perciban las transiciones, es el punto álgido de un filme arrolladoramente lírico.

Repleta de metáforas, como la que ejemplifica la maleta roja, en cambio The Red Suitcase es pretendidamente tenue y nítida en su desenvolvimiento. Un ejercicio minimalista que parece sortear las carreteras intransitables que descubre sin mucho esfuerzo. Trasportando al espectador a un viaje inaudito e inesperado por el interior de Katmandú, Devkota sorprende con una cinta de fuerte carga hipnótica, a través de una fotografía hechizada por el sugestivo paisaje envuelto en la niebla. Una iconografía que pone el cine nepalí en el circuito de festivales internacionales con un doloroso treno que despeja la realidad desde lo antropológico y el arte de contar historias. Sabiendo muy bien cómo narrar y dejar al espectador suspendido en la incógnita hasta el final, asombra por cómo su efusividad, contenida por la poética que impregna cada secuencia, evita el melodrama, muy a pesar de la temática.

The Red Suitcase profundiza en cómo las nuevas generaciones que habitan Nepal no ven otro destino que la huida. En el contexto de una crisis económica que ha asolado todo, la única alternativa que encuentran es emigrar. Dejan a su familia en la búsqueda de un sustento para vivir. Pero en ese viaje la muerte también acecha. Itinerario de no retorno, la presencia magistral del sonido se convierte en un personaje testigo de los acontecimientos y acompañante de la soledad. Todos los personajes están solos y buscan a alguien con quien compartir su desesperanza. En esos encuentros, unos repletos de palabras regadas por el alcohol que remiten a la cinematografía de Hong Sangsoo; y otros, de elocuentes silencios, la vida pasa. De largo, silenciosa, como esperando su final. Con vehemencia.

A veces el final fatal también puede ser un final feliz para el que nada puede esperar. Esta idea tan aterradora que también reivindicaba el poeta y activista Narayan Kamble, protagonista de Tribunal, puede ser un acto revolucionario. No porque atente contra la vida en un gesto de protesta heroico, sino porque reivindica que la vida solo puede ser vivida desde la dignidad y el compromiso que reconozca unos derechos básicos. Si un Estado no puede garantizar esto a sus ciudadanos, entonces, tendrá que hacerse cargo de sus muertos y llorarles. En realidad, la película de Devkota es también una acción simbólica que denuncia y un homenaje a los ignorados por la violencia institucional. Después de la guerra y del hambre el paraje de senderos intrincados y tortuosos que vemos en pantalla refleja el mapa del abismo. Y The Red Suitcase es capaz de acercarse a él sin perder el equilibrio.