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Repleta de osadías ‘Munch’, de Henrik M. Dahlsbakken, película inaugural del IFFR 2023, al menos logra poner de relieve la expresión artística como lugar de encuentro
Mundialmente conocido por El grito, el artista Edvard Munch es considerado uno de los primeros expresionistas. Su uso de la expresión la llevó al campo de las emociones, con un enfoque subjetivo y psicológico que comenzaría a ser el nuevo prisma de acción del arte. Un trabajo que, como ocurriría con el de otros de sus contemporáneos, sería declarado degenerado por los nazis. Así lo recoge la película Munch de Henrik M. Dahlsbakken que ha servido para inaugurar el festival IFFR poniendo atención en la locución artística. Tras dos ediciones en las que el festival no pudo mantener la presencialidad por la pandemia del COVID esta es una ocasión de celebrar la creación como lugar de encuentro. En este sentido, el filme genera interés no tanto por cómo está abordado sino por lo que busca definir. El arte controlando la naturaleza y esgrimiendo su autoridad.
La película proyecta prácticamente toda la biografía de Edvard Munch creando un rompecabezas que busca, más allá de lo personal, entrar en la mente del artista, su forma de entender el arte y sus delirios. Para ello, cuenta con la presencia de cuatro actores que interpretan distintas etapas de la vida del pintor. Así encontramos a Alfred Ekker Strande para dar vida al joven Munch, a Mattis Herman Nyquist que interpreta el periodo en el que ya se encuentra en Berlín, a Ola G. Furuseth cuando está en la clínica psiquiátrica y a Anne Krigsvoll en su ancianidad. Aunque pueda resultar chocante que una mujer caracterice a Munch, en I’m Not There Cate Blanchett también daba vida a Bob Dylan, en una de sus muchas versiones del músico. Lo extraño no es tanto eso, sino la ampulosidad de la transformación que logra el maquillaje. No obstante, las incoherencias son una constante como para reparar en esta.
Llena de saltos temporales, Munch llega a ser inquietante. Hay decisiones que no se acaban de entender como una fiesta que, supuestamente, tendría lugar a finales del siglo XIX y que parece trasladarnos al Berlín de los ochenta del pasado siglo. Los desafíos que enfrenta Dahlsbakken son demasiados y se la juega continuamente con cambios drásticos que abarcan toda la estructura estética y argumental. Esto se puede interpretar como una forma de tratar de entender al artista que supuso que “el arte real se hace a expensas de la paz y la armonía”. Pero, en realidad, todo resulta bastante abrupto como para que queden justificadas tales osadías. Es preferible recuperar el biopic de Peter Watkins, de 1974, y buscar al artista a través de sus diarios personales que revelan su compleja personalidad. Para captar al genio o la genialidad, algo que se persigue continuamente en Munch, a veces es preferible concretar y tener un campo de acción definido.